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Los cuatro actores, momentos antes de subir a escena |
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Uno vendía galletitas Terrabusi, otro hacía paquetes en el bazar Dos Mundos, un tercero vendía estampillas en el Correo.
Ahora están jubilados y se juntan todos los días en la plaza, a jugar al truco, tomar mate y charlar.
Les preocupa que Urrutia, un cuarto amigo también anciano, está depresivo, se está quedando sordo, y el PAMI no le entrega el audífono. Con el aparato, podría volver a cantar tangos, su gran vocación, y a lo mejor arman un dúo con Varilati, otro de los amigos.
La idea es formar una cooperativa de trabajo (igual que la de EL DIARIO) y conseguir así unos pesos más, por encima del magro haber jubilatorio.
No le dicen nada a Urrutia, y empiezan a dar forma a la utopía, y a gastar a cuenta. Será la gran sorpresa, cuando le den el audífono, y a la vez le cuenten que el dúo Urrutia-Varilati tiene un manager y hasta un presentador.
Pero el diablo mete la cola, y el proyecto parece hundirse en la frustración, cuando Urrutia les cuenta que ha sido llamado para un empleo de cantante en una orquesta municipal de Avellaneda, con sueldo fijo.
Finalmente, la amistad triunfa, y los cuatro viejos a pesar de sus limitaciones artísticas y económicas, dan aliento al proyecto.
Si bien toda vivencia humana es irrepetible, a quienes protagonizamos la parición de nuestra Cooperativa de Trabajo Comunicar nos pareció estar viendo sobre las tablas del Teatro La Panadería, este fin de semana, algo de nuestra historia, cuando en 2001 construíamos utopías en el aire, mientras el demonio nos hacía zancadas.
Es que, como dice el autor y director de "El audífono" Jorge Palaz -con quien este cronista dialogó al término de una de las funciones-, "la esperanza no tiene edad, y eso es particularmente cierto en la tercera edad, porque sin proyectos no se puede vivir".
"Los espectadores -observó el dramaturgo- se van a sus casas pensando en la moraleja de la obra, y se entusiasman con una esperanza de vida. No hay esperanzas chiquitas, todas son grandes, porque en ellas está nuestro futuro".
El sordo Urrutia, en realidad, canta bastante mal, pero eso, refuerza la utopía: no es la virtud lo que importa, sino el empeño, la voluntad, la solidaridad.
Un mensaje cálido, en este crudo invierno.
Juan Carlos Seia
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