Escribe: O. G.
(especial para EL DIARIO)
Un peso con treinta y cinco centavos. Eso es lo que cuesta el boleto de tren desde la estación de Retiro, en Buenos Aires, hasta Tigre. Un peso con treinta y cinco centavos, para pasar del bullicio y el ajetreo de la gran ciudad, a la paz y el ambiente natural del Delta. Un peso con treinta y cinco centavos, para no quedarse con las ganas. Un peso con treinta y cinco, para seguir descubriendo país.
Son 50 minutos de viaje, que se convierten luego en postales de recreación. Cuanto cambió desde que accedimos a esos poblados vagones, hasta que llegamos al municipio del norte del conurbano. Mucho cambió. Si hasta las sensaciones trocaron. Ni smog. Ni mugre. Ni aturdimiento. Ni estrés. Ahora es el tiempo de los verdes, del agua, del paseo. Una extensa y mimada costanera se postula como sinónimo de la transformación. Está adornada de arboledas, mates al rayo del sol y un completo esquema de mástiles con absolutamente todas las banderas de los países del mundo. La imagen aporta color y rasgos de armonía. Acá no es allá. Eso está más que claro.
Caminando Victorica
A la vera del río, familias, amigos y parejas disfrutan del descongestionamiento. El césped está impecable. Después de rendirse a la modorra (o antes de ese momento ineludible) el viajero sale a explorar el Paseo Victorica, un agradable recorrido que se extiende por algo más de un kilómetro y medio. En la primera curva, la caminata choca con el río Luján, acompañante de lujo durante todo el trayecto.
Pasan los clubes de remo. El puesto de Prefectura. Los restaurantes y las heladerías. Las casonas de estilo inglés y francés. La gente sentada en el pasto. Y en los bancos. Pasan los jardines. Y las pequeñas plazas. Y el Museo Naval de la Nación. Y llegamos hasta el Museo de Arte Tigre, la perlita arquitectónica que corona el itinerario. Desde la baranda, el viajero asoma la cabeza al afluente. Sospecha una conexión con algo más grande, y no se equivoca. Desde el Luján, decenas de ríos y arroyos surgen para colarse en los dominios del Paraná y el río de la Plata. Como callecitas de agua y corriente, dispersas. Canales de un circuito fascinante.
Regresando por Victorica, y adentrándonos entre las silenciosas arterias locales, encontramos una gran variedad de alojamientos. Desde camping hasta lujosos hoteles de aires coloniales. La oferta es decididamente amplia.
Diversión y esparcimiento
De nuevo en la zona de la estación fluvial, deambulamos un par de cuadras para alcanzar el Parque de la Costa. El enorme emprendimiento ofrece una gran variedad de juegos, shows y espectáculos, que lo catapultan como el parque de diversiones más célebre del país. A su lado, el imponente Casino Trilenium incrementa la oferta de esparcimiento. Siguiendo la línea costera, aparece el Puerto de Frutos. El popular paseo se distingue por la gran cantidad de puestos comerciales, donde el visitante encuentra todo tipo de mercancías y lugares para comer. Allí mismo está el puerto de excursiones fluviales, desde donde salen embarcaciones cargadas de turistas.
Pero la noche cae inevitable, y hay que pegar la vuelta. El Tren de la Costa, entonces, surge como opción, ofreciéndonos una agradable excursión por la orilla del río de La Plata. Si no tenemos los doce pesos que cuesta el boleto, no importa. Sacamos las monedas del bolsillo y contamos: un peso con treinta y cinco centavos. Después de un día de gratificaciones, el tren convencional también nos deja contentos.
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