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2 de Julio de 2010
Opiniones - Cartas - Debate
Aquel 1 de julio de 1974
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Hoy hablo como peronista (que es decir mucho, sobre todo por el sentido etimológico del vocablo “peronista”: pero, del griego, que quiere decir siempre hay un pero… y nista, del latín, que significa acordate de Perón.
Tengo el más pequeño de mis nietos, Robertino, que está aprendiendo a hablar y constantemente me dice: “¡Vos, callate!”. Después de festejar la ocurrencia, pensé realmente en la expresión y sentí como que mis viejas compañeras que ya no están y con las cuales me formé en ese sentimiento peronista que nos encendía la luz de Evita, me reprochaban ese mudo acatamiento a la orden.
Sí, era como que María Cristina Medina, Elina Maestro, Chela Vélez, Pura Debbiaggi, “La Mereca” y “Doña Pola” desde sus galaxias, me mandaran a no callar más. Y me refugié entre las faldas de las que aún existen en sus respectivas casas de Villa Nueva, Teresa Pedrazzani y Haydeé Urquiza, para preguntarles si estaba bien que yo hablara.
Las fui a ver, hablé con ellas que han superado los 90 pirulos, y volví con este coraje que no sé por qué lo tenía adormecido. Quizás sea ese inexplicable prejuicio que nos frena por temor a pecar de intolerante con los que hoy ostentan el poder del pueblo peronista. Pero ellas me avalaron, y es como que las ausentes también están conmigo.
“Confieso que he vivido”. ¡Cómo me gusta la frase lamentando no sea mía! He conocido todos los gobiernos; todo lo ocurrido desde que nació nuestro movimiento y puedo hablar con conocimiento de causa.
Puedo dimensionar los aciertos y los errores cometidos. Puedo analizar los hechos, puedo lamentar lo que hemos perdido por el banal orgullo de querer ser los que poseen la verdad, por hacer oídos sordos a la experiencia. Hemos dejado en el camino las oportunidades que nos dio la Historia para redimirnos, para retomar el buen sendero. Cuando Evita dejó su última gota de sangre con sus palabras de despedida, no hicimos más que llorar, como un hijo arrepentido. Cuando murió Perón, lo lloramos, inconsolablemente, tardíamente, egoístamente. ¡Es hora de reconocerlo!
Si hubiéramos comprendido la grandeza de esas palabras, hubiésemos comenzado a recorrer otros caminos. Esos dos seres excepcionales que fueron Juan Perón y Eva Duarte nos abrieron la brecha que, cuando ambos tomaron el celeste espacio, no supimos continuar. ¡Es por eso que hoy nos pasa lo que nos pasa! Si hubiésemos sido buenos alumnos, no estaríamos divididos, rotos, diría yo. Porque sólo en pedazos es difícil vencer las encrucijadas. Pensemos que cada pedazo es parte del planeta peronista, que cada trozo representa vidas dedicadas a este movimiento, pensemos, pensemos… Para poder sentir hay que pensar. Sin querer volver al pasado, que ya fue, hay que juntar cada pedazo, como si fueran venturosas vides. Pongámosla en la tierra de este planeta peronista que no puede seguir despedazándose en discusiones mezquinas…: que no voy porque va fulano, que ése no puede estar donde estamos nosotros... ¿Nosotros! Nosotros, por si lo olvidaron, somos todos: los peronistas de Perón y Evita… ¿Cómo pretendemos que los miles de chicas y muchachos que votarán por primera vez los conozcan? ¿Cómo si no le enseñamos los que los conocimos?
No tienen otra escuela que nuestros propios desencuentros. ¡No tienen ejemplos! ¿Nos damos cuenta que no podemos decirles “sigan nuestro paso”?
Esto es, mis queridos compañeros peronistas, una cruzada que la tendremos perdida si no dejamos de mirarnos y tratarnos como enemigos. Cuando se vuelva a la senda marcada por Juan Perón, recién podremos levantar el estandarte que él puso en nuestras manos, con esta frase: “Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”.
Pero no podemos olvidar tampoco aquella frase de Ricardo Balbín pronunciada desde el corazón de argentino, cuando murió nuestro líder: “...un viejo adversario, viene a despedir a un amigo”.
Esto parece haber caído en saco roto. ¡Pero si no somos generosos con nuestros compañeros, tampoco podemos tener una actitud de grandeza para con nuestros adversarios! Eso es “de cajón”, como dice el ciudadano común.
De manera que lo estamos pagando con esta llamada “oposición”, llena de felonías.
Por eso que veo y siento, es que quiero reflotar un texto que escribí hace tiempo, pero que está vigente. Fue escrito después de conocer el edificio del Congreso de la Nación, en oportunidad del velatorio de Perón al que asistí y que acá transcribo:

La estridencia de sirenas cortando punto por medio el cielo, tal como el pájaro hilvana su pico con la niebla cernida en el cedazo de vides fecundadas.
Pregunto y camino.
Camino y pregunto.
Oscila la interpolar vigilia, en las fantasmagóricas siluetas que muestran su perpleja desnudez, asfixiando aquel grito insondable que detiene la Historia.
Las hojas se han pegado en el amonedado tapiz de asfalto y moho.
Las pupilas dilatadas de pesadumbre y tristeza dejan ver su desparpajo.
Una… dos… Tres noches roídas en el pábulo de la esperanza (“quizás no haya muerto”) y un corazón crudo sobre el cetrino mar salado.
Ya no pregunto
Por fin lo encuentro
Las gradas, las columnas. Las retorcidas serpientes estrangulan la arquitectura recia. El grandor. El grandor, la majestuosidad.
En el grandor, oscilan los SI y los NO, entre la sencillez y la lujuria.
Copula la noche con el alba, en el insomnio unánime de abrigos largos escondiendo fantasmas entre sus solapas llovida de sales y dolores.
Estoy ahí, ante el pedestal romano. Sin quejas ni lamentos. En la desazón del Gran Misterio. ¡La muerte!
La muerte del Inmortal.
Del Adán nuevo, en la Era del pie fuera del planeta.
El Inmortal del tiempo… del tiempo de lunas que han perdido sus Romeos y Julietas.
Yo los miro…
Y tampoco comprendo.
Las gradas, los pasos.
El estertor del entendimiento. Las gradas, los pasos
El mareo de perfumes, de esencias, de corolas, de pétalos. La bóveda semiesférica me envuelve. ¡El grandor! Criaturas entrelazadas de en el gemido. Allá, como un cielo, el redondel de espacio. Aquí, un féretro.
El recinto circular. El Parlamento. Tribuno, tributo.
El caos y la luz. La ley y la catástrofe. El rastro y los rostros. Los pies en las llagas. La ley y las felonías.
El grandor del deber ser.
El recinto circular. Patíbulo de la dialéctica, donde la verdad se encierra en el capullo verde con la efigie de un extraño héroe.
Mientras la lluvia amonedada de hojas y petróleo necio, llueve. La lluvia, llueve. Llueve sobre las calles, sobre los ojos y los huesos… hasta ver que ni siquiera la lluvia tiene manos pequeñas.
Carlota Molina de Moreno

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