robablemente el economista francés y uno de los más insignes maestros de ciencias económicas de sus tiempos, vislumbró esta posibilidad de crecimiento exponencial de una de las ideas que acunó con tesón.
Sin embargo, es menos certero especular que haya elucubrado que en un remoto rincón del planeta denominado Arroyo Algodón, un grupo de productores rurales “impulsados por el esplendor cooperativo” hayan decidido bautizar a su emprendimiento con su nombre: Charles Gide.
Precisamente, en los albores de 1947 y con el General Juan Domingo Perón en la Presidencia, los tamberos pusieron proa a su destino montados en un proyecto que si bien ya tenía sus años en el país, no dejaba de ser una apuesta incierta a futuro.
Con tesón y esmero, los lecheros hicieron que las ideas de Gide germinaran y que se correspondieran con el sistema del devenir con el que había soñado el catedrático galo.
Sus ideas en torno a la estructura cooperativa y a la solidaridad son respetadas hasta hoy y se le sigue nombrando como una referencia común.
Tras el socialismo utópico y los experimentos de las comunas, desde una perspectiva más amplia, social y menos estatalista que la comunista, Gide analizó cómo debía formarse una economía social.
Esta visión mantenía caracteres como la voluntariedad, la solidaridad y el servicio público, una economía de trabajo de tipo sindical, unos servicios organizados de forma asociativa, una organización de previsión de carácter en forma de mutual y una economía autogestionada de tipo cooperativo.
Años después, en el lejano Arroyo Algodón y en miles de lugares de todo el globo, los proyectos de Charles Gide siguen gozando de un presente venturoso y un futuro solidario.
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