Escribe: "Pepo" Garay, desde Johannesburgo
(enviado especial de EL DIARIO y Adiccra)
El tema ya venía levantando polvareda desde mucho antes del arranque del Mundial. La presencia masiva de barrabravas argentinos en tierra sudafricana era una certeza. Ni secreto a voces ni rumores. Había pruebas de sobra para confirmar el atentado. El resultado está a la vista: los bravucones del fútbol pasean su humanidad libremente por el sur del continente. EL DIARIO es testigo permanente. Son muchos, demasiados. La cantidad sorprende. Pero no sólo eso. Da miedo. Por su nefasto accionar, merecen juicio y castigo. Sin embargo, andan sueltos palpitando una experiencia internacional que no se merecen.
Es fácil distinguirlos. Se mueven en patotas, siempre luciendo indumentaria original de la selección o de sus clubes. Con paso amenazante y a los gritos, abochornan a los otros, esos miles de hinchas genuinos a los que ni el Gobierno ni la AFA les regaló nada. La lista es interminable: Independiente (quizás el grupo más numeroso), Boca, River, San Lorenzo, Racing y Vélez, entre los equipos grandes, tienen sus temibles delegados. Pero también los conjuntos chicos. En las calles y en la cancha, destacan las agrupaciones mafiosas de conjuntos como Rosario Central, Tigre (foto), Defensores de Belgrano y All Boys, entre muchas otras. Pero en realidad casi todos los clubes de primera A, primera B Nacional e inclusive categorías inferiores, están representados. También las instituciones de Córdoba. En Sudáfrica se habla de un pacto previo realizado entre barras de Talleres, Belgrano e Instituto para viajar juntos y amortizar los costos del viaje.
Para hoy, cuando Argentina enfrente a Alemania, los emblemas de la vergüenza nacional estarán agolpándose en las tribunas del Green Point Stadium de esta Ciudad del Cabo. Con la misma actitud prepotente e intolerante que muestran en canchas criollas, gritarán, amenazarán e intimidarán. Igual que en los partidos anteriores de la selección. Se dividen según sus clubes de pertenencia y desde las butacas intentan amedrentar al resto de la gente, que sólo quiere fútbol. Carecen del poder con el que cuentan en nuestro país. Pero igual, ya en otros juegos, algunos se las ingeniaron para ingresar sin entradas. A base de chantaje o violencia, se salieron con la suya. Hay que tenerles cuidado.
Si bien están instalados en Pretoria o Johannesburgo, de a poco han comenzado a llegar a Ciudad del Cabo. Absolutamente desinteresados por la cultura y los hermosos lugares que ofrece este país, la mayoría seguramente arribará sobre la hora. Para ellos, el único objetivo es estar los días de partido. El resto del tiempo alcanza con un paseo por afuera del Campus donde se alojan Maradona y los suyos.
El miedo que generan, igual, no equipara la impotencia que inspiran. Ese aroma pestilente que desprende la relación entre barrabravas y los dueños del poder político y que se aprecia clara e inobjetablemente en Sudáfrica 2010, provoca nauseas. Ya había pasado en mundiales anteriores. Esta vez cayó en despropósito. Un nubarrón que lejos está de tapar la luz que regala el sol mundialista. Pero que sin dudas, molesta a la visual.
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