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El Peregrino Impertinente
Esta es una historia que bien podría ser pasada por alto, olvidada y abandonada en el campito más alacranado de nuestra memoria. Pero como el fin mismo de la prensa es, justamente, narrar historias sin importar lo insulsas, absurdas o irrelevantes que éstas sean, aquí les va el cuento:
Paseaba yo por la ciudad de Córdoba, (“ex Docta, ex linda ciudad, ex segunda ciudad del país, ex bohemia ciudad, ex señorial y recoleta ciudad”, me dijo una vez un amigo, enculadísimo con las patinadas de la administración municipal) y me subí a un colectivo, decidido a investigar los pormenores de algún barrio alejado. De esos donde maestros cuarteteros de la talla del Negro Videla se inspiraron para componer odas a nuestra cultura cordobesil con temas como “Se me despertó el indio”.
Me subo y me acomodo como puedo en medio de la ensalada humana. Recorrimos algunas cuadras y la gente se seguía aglomerando en el fondo. En eso se sube una chica un poquito regordeta. Y ahí saltó el personaje infaltable de la capital provincial:
“A ve’ gente si alguien le deja el asiento a la dama”, gritó, tirándosela de caballero.
“No, está bien”, dijo la muchacha, sonrojada.
“Vo’ no te hagás problema”, le porfió él y apretó a la multitud (que ya de por si venía bastante acogotada), con un “vamo’ negro, ¿no ven que está embarazada la mujer?”, como queriendo demostrar su moral y su ética ciudadana y transmitírselas a la audiencia.
“¿De qué hablás? No estoy embarazada”, le replicó la mina.
“¿Ah no? ¿Ta’ segura vo’?”, insistió.
¿Cómo le vas a preguntar si estaba segura? La embarró por partida doble.
“Sí, segura”, alcanzó a responder ella, cabeza gacha.
Impresentable.
Sí, ya sé, es una huevada Pero mejor que la pelea de la oposición contra el Gobierno está, ¿no?
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