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4 de Julio de 2010
Destinos/Francia/París
El rostro de la historia
Buscando indicios sobre la revolución francesa y el imperio napoleónico, recorremos el corazón de la ciudad luz. Champs Elysées, el Sena, y lo más loado de la capital francesa
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O. G. (Especial para EL DIARIO)


Nos toca hablar de París, y hasta nos podríamos dar el lujo de dejar la página en blanco. Ni hace falta invocar su exuberante currículum. El sólo nombre ya llena estadios. París. Oh la la.
Lo cierto es que el tiempo nunca alcanza en la ciudad luz. Dos días, una semana, un mes: siempre quedará algo por ver y descubrir. Su interminable listado de monumentos y espacios públicos lo tienen a uno de aquí para allá, fascinado. Pero lo más asombroso de esta increíble ciudad, radica en que la incomparable belleza de su tejido urbano es apenas uno de sus atributos.
Capítulos cardinales de la historia universal quedaron escritos en sus calles. Problemáticas globales como la discriminación, la desigualdad y la dramática situación de los inmigrantes traídos a los empujones por las crisis del Tercer Mundo, también se respira, inclusive en pleno centro. Además, el día a día parisino permite abrir el velo de los pormenores de una cultura tan rica como la francesa, prodiga en literatura, filosofía, música, arquitectura, artes plásticas y pintura, entre otros muchos etcéteras. Una verdadera capital del mundo.
Nuestro espacio viajero parece más reducido que nunca a la hora de hablar de todos estos portentos en apenas unos cuantos párrafos. Nos concentraremos en el recorrido más convencional. Allí descubriremos las maravillas de un pasado que ha dejado generosas huellas en la capital francesa.

El peso de la historia

En París, la historia habla en voz alta. Las anécdotas están impresas en cada baldosa.
Desde los rincones nos van dictando hacia donde hacer norte. “Notre Dame”, es la primera orden. Icono parisino, la iglesia se empezó a construir en 1163, y fue terminada, parcialmente, en 1245. El peso de esos 765 años de trayectoria, lejos de resquebrajarla, la fortalecen. Entre muchos otros acontecimientos, sirvió como escenario de coronación de Napoleón como emperador de Francia, en 1804.
No muy lejos de allí, la Plaza de la Bastilla resume, a través de un sencillo monumento, uno de los hechos más significativos de la historia moderna: la toma de la antigua fortaleza. Reducida a cenizas por un pueblo iracundo, su destrucción significó uno de los grandes hitos de la Revolución Francesa. Hoy, la explanada no brilla nada, pero dice mucho.
Retomando ahora los bordes del río Sena, la magia de París florece una vez más. Cafetines, bohemia y distinción, rodeados por un marco solemne. A algunos metros, un inmenso complejo edilicio persevera altanero, coronado en su centro por la fotogénica pirámide de cristal. Es el Louvre. Erigido como fortaleza durante la III cruzada, hoy es el museo más famoso del mundo.

Más sobre la Revolución

Otros dos celebres recintos nos hacen volver a los sucesos de la Revolución. El majestuoso Hotel de Ville, de frente al Sena, es sede del ayuntamiento desde 1357. Allí, los soldados de la convención arrestaron a Robespierre y sus partidarios, en 1794. El líder revolucionado fue decapitado al día siguiente, a unas pocas cuadras de allí. La Plaza de la Concordia, hogar de su majestad la guillotina, era el escenario elegido para ajusticiar tanto a ciudadanos comunes como a los grandes protagonistas de esa agitada época.
Dicha plaza está ubicada en los márgenes de Champs Elysées. La elegante y emblemática avenida discurre entre arboledas y construcciones de gran valor arquitectónico e histórico (faltaba más). El Arco del Triunfo marca el final de la misma. La obra, obsesión de los turistas, es símbolo del poder francés en el mundo. Fue mandada a construir por Napoleón allá por 1806, en honor a las victorias de su Grande Armé.

No alcanzan los espacios

Se nos acaban los renglones y queda en el tintero una considerable cantidad de reliquias por visitar. El Palacio Real, el Teatro de la Opera, Les Invalides, La Magdalena, el Panteón, Saint Germain, la Soborna, Montparnasse, el Barrio Latino, la Escuela Militar, el Palacio de Luxemburgo y hasta la mismísima Torre Eiffel, entre otras maravillas.
París es infinito. Quedará para la próxima.

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