Miles de personas aguardando la llegada de un equipo nacional que salió quinto. Miles de personas aguardando la llegada de un equipo nacional que salió quinto, agitando una única bandera. Miles de personas aguardando la llegada de un equipo nacional que salió quinto, agitando una única bandera para felicitar a sus integrantes. Miles de personas aguardando la llegada de un equipo nacional que salió quinto, agitando una única bandera para felicitar a sus integrantes, en un país dominado por años por el exitismo…
¿Quinto entre treinta y dos? ¿Quinto entre todos, incluidos los más de cien que ni siquiera llegaron a Sudáfrica? ¿Es eso? Tal vez; tal vez no.
¿El fenómeno Maradona? Tal vez; tal vez no.
Pero, ¿cuánto vale la madurez de entender, admitir, aceptar que no se puede ganar siempre, que ni siquiera se puede ganar muchas veces en un juego cruzado por tantas pasiones y tantos negocios y por tantos discursos cruzados a su vez por las pasiones y los negocios? ¿Qué valor tiene reconocer que se trata de un juego? ¿Qué valores implica cuando tal reconocimiento es colectivo (a pesar de la persistencia de aquellos discursos)? ¿Qué discursos? Los de los personajes que se llenan la boca de vergüenza ajena porque los padres les gritan a los pequeños en el baby, los que denuncian que “a los chicos los venden afuera a los doce o trece años”, pero le dicen (inculcan) a esos mismos pibes y a esos mismos padres que “no le ganamos a nadie”, que “no llegar por lo menos a la final” es poco menos que una tragedia. Los discursos exitistas, que se disfrazan de exigentes.
Por eso es que cobra un significado especial el sentido común de tanta gente que cree sinceramente que el equipo que salió quinto jugó bien, que puso prácticamente todo lo que tenía dentro la cancha, aunque hubo otro u otros que lo hicieron de mejor manera.
Dejando el nacionalismo a un lado, debería destacarse la actitud de quienes, por así decirlo, no se sintieron llamados a engaño para arriar inmediatamente la Bandera. Y fueron un cachito más allá, inclusive, para agitarla en agradecimiento por el esfuerzo realizado o por las alegrías compartidas o por esa preciosa ilusión que ya pasó.
Decir gracias en la adversidad, aun en la tristeza, ya sin cábala a la cual echar mano y contra todos los pronósticos… decir gracias con orgullo en medio de lo que se presagiaba una tormenta, es alumbrar un puñado de valores ante el mal de ojos casi natural, en un país que es el nuestro.

Texto: Sergio Vaudagnotto
Fotos: Roberto Zayas
de nuestra Redacción