Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO

Desde la ventanilla del tren, el mundo es otra cosa. La realidad adquiere una tonalidad distinta, todo se vuelve más ameno. En busca de esas satisfacciones, los viajeros buscan un convoy que los transporte a cualquier parte. Lo encontraron: igual que unas décadas atrás, el ferrocarril se adueñó de las sierras de Córdoba.
El recorrido comienza en Rodríguez del Busto, una antigua estación de la capital provincial. Desde allí ya se percibe con claridad la silueta de las montañas. Cada uno intenta procurarse el mejor lugar. Suena el silbato y la máquina comienza su andar. El destino prometido es Cosquín. Allá vamos.

@Atravesando la montaña

La primera parada es el mítico barrio de Argüello. Luego, el cordón urbano se termina para darle paso a las primeras laderas. Se abre el panorama, al son de un río (primero el Suquía, luego el Cosquín) que nos cortejará durante las dos horas y pico de trayecto. El contacto con la naturaleza arroja algunas certezas: los de la ventanilla izquierda van a alucinar con el paisaje. Los de la derecha se arrepentirán de no haber tomado el colectivo.
Durante la primera parte, los pasajeros advertirán escenarios antes desconocidos. Donde la montaña comienza a tomarse atribuciones, aparecen villas miseria olvidadas por el hombre de ciudad. Son varios kilómetros en los que se intercalan decenas de ranchos. Desde el anonimato, todos y cada uno de los niños saludan en harapos. El paso del tren los llena de sonrisas.
Más tarde aparecerán poblados como La Calera, Casa Bamba, San Roque (con la bellísima panorámica que ofrece el dique homónimo), Bialet Massé o Santa María. Durante la mayor parte de la marcha, el tren se sumerge en las entrañas de la montaña, descubriendo visuales fabulosas. Al unísono, la fiel compañía del río y el paso por algunos túneles incrementan las sensaciones.
Finalmente, las bocinas suenan para anunciar la llegada a destino. Cosquín recibe a los flamantes furgones con los brazos abiertos.

@Llegada a destino

Apenas arribado, el visitante comienza a deleitarse con las bondades del clima y las postales serranas. Desde cualquier punto de la ciudad se puede enfocar con facilidad la figura del Pan de Azúcar. Eterno punto de referencia en Punilla, el cerro tiene su domicilio en Cosquín. Visitarlo constituye una estimulante actividad.
Bajando hasta la costanera, el turista accede a los balnearios locales, como el Azud Nivelador, el Piedras Azules o El Uranga, entre otros. Pero sin dudas el que más se destaca es el de La Toma, un clásico serrano de rocas gigantes y generosa figura. Al final del tramo, la juntura de los ríos Yuspe y San Francisco justifica un nuevo regodeo.

@La mística del
folclore

El centro de la localidad, por su parte, está impregnado de tradiciones criollas y espíritu gauchesco. No en vano Cosquín es la Capital Nacional del Folclore. En ese sentido, el principal emblema lo conforma la plaza Próspero Molina, donde se celebra el famoso Festival.
El resto de la ciudad también se identifica con la impronta del folclore. La mayoría de los negocios de la avenida San Martín están ambientados con decoraciones alusivas al evento musical. Además, varios monumentos, puentes y esquinas conmemorativas llevan el nombre de ídolos de la música popular, como Jorge Cafrune, Eduardo Falú y Horacio Guarany. Hasta los niños y jóvenes, en otras latitudes más atraídos por melodías del Siglo XXI, se inclinan aquí por la mística del bombo y la guitarra.
Tales añoranzas le dan a Cosquín un aire nostálgico, casi melancólico. Y más aún cuando el guarda hace sonar su silbato. El tren está a punto de partir. Hoy, igual que ayer.