Escribe
El peregrino impertinente
Hoy podría hablar de la crisis financiera que azota al mundo. O sobre el duro momento que atraviesa el Cholo Simeone. Pero no. En esta ocasión prefiero referirme a las terminales de colectivos. Al fin y al cabo tiene más que ver con el trabajo que hago y por el que religiosamente EL DIARIO me paga tres mil dólares al mes.
Las terminales son lugares muy peculiares. Seres embuidos en el anonimato las recorren con bolsito al hombro y mirada ausente. Todos se observan entre sí, pero nada más. Los encuentros no pasan de un gesto. Nadie se conoce.
Sin embargo, uno descubre en el comportamiento de las personas actitudes que, racionales o no, se desenvuelven con cierta lógica. Una de ellas es la forma en que suelen segmentarse según su nivel socioeconómico. Fíjense si no como los más humildes se apartan en un rincón, mientras los de clase media se aglutinan dispuestos a prender fuego a los comercios por el aumento del boleto. O como los de mayores recursos se desplazan raudos, tratando de olvidar los paros en Aerolíneas que los obligaron a tomar el pueril bondi. Es una auténtica pintura de la vida misma.
@Mil destinos diferentes
En alguna esquina perdida, un tipo mete una moneda en la tele para ver 30 minutos de Fútbol de Primera por un peso. Y ahí nomás el que está al lado estira el cogote para enganchar algo desde la gratuidad. “Quería ver la hora nomás”, miente.
Del otro lado, los valijeros tratan de acomodar la realidad como pueden. Y si no le dejas propina por realizar tan encomiable acto, te bendicen con una sutil puteada. Mientras tanto la gente va y viene, en busca de mil destinos diferentes. Allí los esperará otra terminal, que a su vez se encargará de desparramar humanos por doquier. Al que no le guste, que espere el tren bala.
Otras notas de la seccion Culturales
Analía Rosso mostrará sus cuadros en el Favio
Inscriben en escuela de modelos
Un humor sin red
"Hago bailar cuarteto a americanos y extranjeros en mis clases de Nueva York"
El PEUAM obtuvo un premio en Ausonia
|