Escribe: Pepo Garay
(enviado especial de EL DIARIO y Adiccra, desde Johannesburgo)
El Mundial prepara la retirada, pero los sudafricanos no quieren siquiera pensar en el asunto. Saben que después de la fiesta, las calles se vaciarán de visitantes y tendrán que volver al tedio de la rutina. Por ahora, el pueblo prefiere hacer la vista gorda.
Mientras tanto, continúan bailando, fieles a esa tradición ancestral que los identifica. En esta parte del globo, la gente danza sin parar. Con destreza incomparable, sacuden las piernas en permanente rapto de alegría. A toda hora, en todo lugar. La encantadora práctica le ha dado al mundial un plus que se siente, condimentando de colorido el acontecer dentro y fuera de las canchas.
“El baile es parte de la cultura africana. Nos representa, muestra lo que somos y nuestra forma de vivir la vida. Para los sudafricanos es un aspecto muy importante y es muy bueno que podamos mostrárselo al mundo a través del fútbol”, comenta Ray Aisa, director y manager de Snajo’s band, un cuerpo de baile de jóvenes sudafricanos especializados en danzas suthus. El grupo es uno de los tantos que viene realizando presentaciones en todo el territorio nacional, aprovechando la ventana que el torneo les abre al planeta. Bandas de todas las pertenencias étnicas siguen la tendencia, por lo que resulta cotidiano cruzarse con tales demostraciones en los lugares más concurridos. Zulúes, Xhosas, Suazis, Tswanas… Cada colectividad tiene su lugar.
Sin embargo, los indicios de esa filiación por el baile no sólo se reducen a números artísticos. Basta con ver a las señoras de edad, canasto bajo el brazo, ensayar un paso fugaz a la espera del colectivo. O al cuida coches lanzando algunos movimientos espontáneos entre salida y entrada de sus clientes. O a los niños que juegan a la pelota y quienes, en los lapsos de aburrimiento, dejan claro que en Africa, el don del meneo viene desde la cuna. En clubes nocturnos y boliches, el fenómeno es aun más notable. Ungidos por el amarillo de su selección, los jóvenes se mueven en cuadrillas, improvisando coreografías con magníficos resultados visuales.
Aquí, en Durban, donde EL DIARIO también comienza a despedirse de la Copa, el comportamiento de los locales está a tono con el del resto de sus compatriotas. La hermosa costanera de la ciudad es el lugar perfecto para que los grupos brillen al ritmo de tambores y parlantes. Con inagotable pasión, van agitando los cuerpos. Al unísono, los hinchas del mundo (entre ellos varios argentinos que quedan dando vuelta), les sacan fotos.
Desde la playa, los turistas aprecian la silueta del Moses Mabhida, el fantástico estadio donde España derrotó a Alemania el miércoles pasado. Sus reflectores ahora están apagados, en señal inequívoca de que Durban ya no tendrá más Mundial. La gente se hace la desentendida. Y sigue bailando.
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