Escribe:
Pepo Garay
(enviado especial de EL DIARIO y ADICCRA, desde Johannesburgo)

a familia posa unida con la bandera de los diarios cooperativos argentinos. De fondo, se luce el estadio Moses Mabhida, joya mundialista con aspecto de shopping. En el medio está la polémica pelota oficial del torneo. La misma que recibió las críticas de Maradona, y a la que la sociedad sudafricana salió a defender de inmediato.
Para los locales, Jabulani (que en idioma zulú significa “Celebrar”) es orgullo nacional. Un emblema más del honor que el continente negro siente al albergar esta copa.
La imagen condensa el sentimiento que el país experimenta por estos días. La luz y el brillo del sol alumbrándolo todo, tal como en la gran mayoría de los 30 días que llevamos de mundial. La sonrisa de la gente identifica lo feliz por vivir esta experiencia única. Y los aires de nostalgia que aún con la competencia en desarrollo ya se empiezan a advertir.
Adentro del estadio, los obreros comenzaron a desmantelar los pertrechos que decoraron el coloso de cemento desde el inicio. Asientos, cartelería y otros ornamentos, cada cosa se va almacenando en los contenedores.
En los momentos en los que EL DIARIO recorría el césped donde España obtuvo pasaje a la final el miércoles pasado, el personal se encargaba de sacar los arcos y mandarlos al cajón de los recuerdos. La situación, simbólica hasta en los detalles, no dejaba de producir melancolía.
Hoy juegan Uruguay y Alemania por el tercer puesto. Mañana, ibéricos y holandeses dirimirán el título. Y después el Mundial cerrará sus puertas definitivamente. Recorriendo la preciosa Durban queda lamentar la decisión de los organizadores de centrar tanto la copa en Johannesburgo.
Sedes como ésta, o Ciudad del Cabo, demostraron que tenían material de sobra como para lograr mayor protagonismo. Una pena.
De cualquier forma, aquella sensación pasa a un segundo plano. La verdadera aflicción radica en que en un par de días, todos nos quedamos sin mundial.