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El Peregrino Impertinente
Me he enterado de que los canguros, ahora concientes de su fama a nivel mundial y de las ganancias que le generan al Gobierno de Australia en materia de turismo, han empezado a reclamar por sus derechos.
“Lo que pasa es que los guasos estos del Parlamento se piensan que pueden hacer cualquier cosa con nosotros, atiborrando las arcas estatales a partir de las ganancias que les genera nuestra imagen cangurosil en postales y gorritos de ‘Yo amo a Australia’. ¿Y nosotros qué obtenemos a cambio? Naranja. Así no va la cosa, maestro”, me dijo una vez un canguro de Sydney, con esa expresión que sólo ellos tienen.
Parece que el tipo ya andaba en movimientos turbiamente revolucionarios.
Aunque aquello de la insubordinación cangural yo la venía presintiendo. Unos días antes de esa charla, se observaba en los barrios bajos de Melbourne carteles instando a la rebelión marsupial. Los avisos incluían ingeniosas frases como “Un salto hacia la dignidad” o “Juntos, saltando las barreras de la inequidad canguril”.
Como barras bravas
Pero la historia ya se infectó de todas las porquerías e intereses que rodean las luchas por el poder. Las barras bravas de canguros se aprovecharon del descontento general para instalar su autoridad. Siempre a partir de la intimidación, apoyados por cánticos futboleros como “Saltemos todos, saltemos con astucia, para pedirle al ministro la renuncia”, “El que no salta es un inglés” o “Hay que saltar, hay que saltar, al que no salta lo vamos a recagar a trompadas”, este ultimo infelizmente alejado de cualquier rima, pero efectivo a la hora de generar miedo, respeto y obediencia hacia los líderes del movimiento. Para ellos, la violencia también es un negocio.
Y sí, vieron cómo es la política. Hasta los canguros se quieren llevar algo a la bolsa.
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