Escribe: Pepo Garay (enviado especial de EL DIARIO y Adiccra, desde Johannesburgo)
Era imposible que saliera mal. Cuando un pueblo entero deposita su energía, su valor y su virtud en un objetivo común, no hay barrera que valga. Sudáfrica lo hizo. Y con el país, todo el continente. Atrás quedaron las críticas de los aguafiestas perpetuos. Al frente, la satisfacción de haber realizado un Mundial estupendo.
En la previa, mucho se habló de problemas económicos, de inseguridad o de carencia en infraestructura. Mucho se dijo de incapacidad de trabajo, de falta de organización y de fallas en el sistema de transporte. Mucho se charló de enfermedades, de deterioro higiénico y de insuficiencia energética.
Pero poco de las pasiones invertidas, del talento para hacer, de las ganas de ir por más. Nada de la alegría popular, de la mano siempre tendida, de la sonrisa permanente. Poco, muy poco, del honor de una raza, del orgullo herido, del levantarse y andar.
Por todo eso, el éxito de Sudáfrica 2010 representa mucho más que un torneo bien hecho. Simboliza la victoria del puedo por sobre el “no me dejan”. De un lado el Africa, con su gloria y sus tristezas. Del otro, los gigantes corporativos. Esos que manejan la torre de control y a los que no les convenía que la Copa viajara al continente negro. Perdían dinero e intereses en juego. Les jodía los planes. En ese afán intentaron darle vida a los fantasmas de la paranoia, aunque la Nación del arco iris los hizo polvo, desnudando mentiras y embelleciendo verdades.
Y así como Sudáfrica, EL DIARIO y Adiccra también lo hicieron. Por primera vez en su joven historia, la Federación Asociativa de Diarios y Comunicadores Cooperativos de la República Argentina pudo realizar una cobertura periodística conjunta y, nada menos, durante el mayor evento deportivo de la Tierra. A nuestra manera intentamos llevarle al lector las sensaciones de un torneo que quedará tatuado en la retina de muchos. La oportunidad se presenta como un saludable puntapié inicial. Dicen que la unión hace la fuerza. La familia cooperativista lo demostró una vez más.
Se nos va el Mundial nomás. Fueron 31 días que nos llenaron de vida, regalándonos momentos de júbilo y alguna que otra pena. Un mes en el que el planeta se acordó de este rincón olvidado y lo ungió de reconocimiento. Quedan los goles, la algarabía de la gente y el dulce sabor a miel que, más allá de los resultados, el fútbol y la fiesta que lo rodea siempre nos ofrenda.
Ahora, hay que esperar hasta la próxima cita, en Brasil 2014, y será hasta entonces.
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