El destacado director teatral Javier Daulte se interroga desde el programa que acompaña a la obra si la amistad es "un afecto que sobrevive a todo" o "tambalea cuando las circunstancias apremian".
En dicha tensión incómoda anida el hilo conductor de "Baraka", la pieza montada el viernes pasado ante un Teatro Verdi totalmente colmado.
Una larga cola de espectadores, a pesar de las bajas temperaturas, permaneció fuera de la sala minutos antes que iniciara la puesta interpretada por cuatro verdaderos monstruos del teatro nacional.
La comedia, con visos dramáticos, resulta una adaptación doméstica de la obra contemporánea escrita por la holandesa María Goos que aborda el reencuentro de cuatro amigos de la juventud, décadas después, concretado por situaciones convergentes.
A pesar de que cada uno caracterizara un rol totalmente diferente al resto, la singularidad del personaje de Jorge Marrale abonó un terreno lúdico y explosivo que demandara una entrega absoluta y el desparpajo efectivo para despertar las mayores carcajadas. El actor interpretó a Tomás, un abogado y adicto en recuperación que arriba a la casa de Pedro (Darío Grandinetti), convocado como defensor en un caso de "malversación" en la función pública. Grandinetti es un homosexual solitario, sensible y opaco funcionario que se apropió de ocho cuadros del museo estatal como "recompensa" a su rutinaria labor cotidiana.
Por su parte, Juan Leyrado encarnó a Julián, el dirigente mediocre y ambicioso que está a punto de ser nombrado ministro y es echado de su casa por su mujer a quien engaña pero todavía ama, aunque no se lo expresa. Hugo Arana, a quien en el final de la obra el público le cantara de pie un "feliz cumpleaños", hizo las veces de Martín, un osado director teatral que se ve frustrado por su impotencia aunque reciba el candor de una pasión prohibida: la hija de Julián, Laurita.

Adaptación doméstica

La estructura de la obra, que inició dinámica e incluyó pequeñas elipsis temporales en el tramo final para un desenlace fatal, permitió la ambivalencia entre el rapto cómico y la reflexión dramática. Los traumas de Tomás o las confesiones descarnadas de Julián ante una prostituta (Paula Kohan), terminaban siempre en el detalle humorístico.
Por otra parte, la adaptación realizada por Fernando Massllorens y Federico González del Pino, impregnó un pulso vernáculo a la historia: la inclusión del tema "Una gran noche", de Raphael, para el recuerdo musical y coreográfico de los amigos sobre la juventud añorada, fue prueba de ello.
La pieza, que fuerza los conflictos poco a poco hasta arribar en la deslealtad y los puñales por detrás, orilló en el desencanto de un individuo que no logra alcanzar la felicidad. Además, como buen artefacto teatral, disparó contra otros valores: opone lo auténtico contra lo hipócrita, la juventud esperanzada con la adultez amesetada y critica la burocracia en el Estado: Julián, un cero a la izquierda en materia artística, termina como ministro de Cultura.
Juan Ramón Seia