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Una vista de la ciudad desde La Sebastiana, una de las viviendas que tuvo el poeta y Premio Nobel, Pablo Neruda |
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Texto: Gustavo Ferradans
Foto: Roberto Zayas
Cada ciudad tiene su encanto, pero en Valparaíso (una de las ciudades más importantes de Chile), la naturaleza y el hombre lo han potenciado, al transformarla en un anfiteatro perfecto, cuyas gradas son los cerros y su escenario una bahía bañada por las aguas del Océano Pacífico.
Es una de las comunas más importantes del país trasandino, principal puerto comercial del país y sede legislativa nacional. Está situada geográficamente sobre 45 cerros, cada uno de ellos con un nombre diferente, que encierran la bahía y la convierten en un anfiteatro multicolor.
“ La Perla del Pacífico”, como se la llama, se encuentra a 118 kilómetros de Santiago, y a escasos minutos de Viña del Mar, unidas entre sí por la “franja costera” en la que el progreso de ambas ciudades las han unidas físicamente, más allá de sus límites políticos y geográficos.
La arquitectura en esos cerros posibilita una variedad de recursos para relacionarse con los paisajes: el próximo y el más lejano. Los “porteños” como se denomina a los habitantes de la ciudad, emplazan sus viviendas en esa geografía ascendente que permite que se desarrolle esa edificación, en una variedad de niveles que va unida al declive de la ladera, aferrándose al terreno de manera escalonada.
La disposición de corredores, balcones, galerías, miradores y torreones de las viviendas serranas, forman espacios intermedios que juegan con los desniveles del terreno.
Los ascensores
A la parte más alta de la ciudad se puede llegar a través de los tradicionales ascensores, unos vagoncitos anacrónicos que trepan y descienden por los cerros, en cajoncitos de madera que se trasladan sobre rieles en pendientes pronunciadas, que ayudan a ahorrar minutos en trasladarse desde el centro a las alturas o viceversa; un viaje que le insumiría mayor cantidad de tiempo si se lo hiciera en vehículo o caminando. Desde sus orígenes, a fines de 1800, hasta hace pocas décadas fueron un subsistema de transporte para los habitantes de los cerros más altos que tenía que llegar al centro comercial.
Todas sus calles…
Los habitantes de los cerros más altos sostienen que todas las calles de Valparaíso terminan en el mar. La ciudad presenta una belleza particular que va mucho más allá de esas casas adornadas con volados y marcos fileteados, de balcones con macetas floridas, con esos patios de jardines escalonados o esas calles de adoquines, sin obviar lo que ofrecen los paisajes de la bahía.
Tiene atractivos como el puerto, sus casas, las calles y plazas, su vegetación y sus costas la inundan de una belleza insólita con hoteles boutiques que proponen un culto a la ecología, en un lugar selecto y sobrio, casi íntimo, en antiguas casonas recicladas.
Esta ciudad fotogénica como pocas seduce mucho más por lo que oculta que por lo que muestra.
Sin dudas que el sector considerado Patrimonio Histórico de la Humanidad, representa la bohemia de Valparaíso, ideal para el visitante sensible que encontrará casonas con frentes y techos multicolores, que van del verde al violeta, pasando por gamas de azul y rojo o de un amarillo refulgente. Al mismo tiempo, una enorme cantidad de gatos, que caminan indiferentes a los turistas por las distintas calles altas y adoquinadas de la ciudad.
Es tan particular la ciudad que hasta su historia es única, ya que los conquistadores españoles nunca la fundaron oficialmente.
Cuenta su historia que el navegante Juan Saavedra desembarcó en 1536 en la bahía de Quintil, donde mandó construir una pequeña fortaleza para resguardar los manantiales de agua fresca contiguos al litoral. Más tarde los piratas Drake, Cavendish y Hawkins utilizaron la bahía como base de salida para atacar a los galeones españoles que zarpaban, cargados de oro, desde el puerto del Callao, en Perú. Después se fue formando la ciudad que hoy circunda al principal puerto comercial del país.
Su geografía dislocada ha permitido que se inspiraran numerosos artistas, pero ninguno ha consabido aprisionar su esencia como lo hizo Pablo Neruda, que tenía una de sus tres propiedades conocidas en el país justamente en esa ciudad, precisamente en el Cerro de San Juan de Dios. El sensacional poeta bautizó su casa como La Sebastiana en memoria de Sebastián Collado, el constructor español que falleció apenas iniciadas las obras.
Neruda se encargó de reproducir arquitectónica en la casa de sus sueños la topografía de Valparaíso, de modo que terminó llenándola de rincones y escaleras, con el mar asomando por todas las ventanas, llena de colores en sus muros que recuerdan los de las casas de los cerros que se observan desde sus balcones.
Valparaíso, una ciudad con bohemia que enclavada a esa geografía de cerros y quebradas, es un magnífico anfiteatro con vista al mar, el mismo que quedó reflejado en varios poemas de aquel recordado poeta.
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