Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Hay que ir. ¿Vieron esos lugares adonde hay que ir? Bueno, Ushuaia. Porque es el fin del mundo. Porque es uno de los destinos más icónicos de la Tierra. Porque es de acá. Pero especialmente, porque es alucinante. Todos debieran. Todos deberíamos. Es de esos lugares que aparecen en la lista, con casillero al lado. Una lapicera espera para estampar la cruz. “Acá ya fui”. Entonces, sonrisas. Qué bueno. Hay que ir.
No se confunden los tipos. Llegan de a miles al puerto, en gigantescos cruceros que se estacionan mansitos. De todos los rincones del mundo vienen. Desde hace rato que esa palabra, “Ushuaia”, los tiene obsesionados. Pero llegan por tierra también. Y por aire. El verdadero sur del mundo, el último confín. Las sensaciones se escapan, dispersándose. Es hora de convertir deseos en realidades.
Así, diminutos cual humanos, los viajeros se sumergen en el paisaje cotidiano de la capital fueguina. La calle San Martín, principal arteria del municipio, conforma el primer párrafo del relato. Allí aprendemos el ritmo de la ciudad. Calmo, sosegado, patagónico. Los cafés invitan a poner la ñata contra el vidrio, en perfecta armonía con un afuera delicioso. Ahí nomás está la bahía y el mar.
Al compás de un cansino caminar, unimos toda la costa, descubriendo la esencia de Ushuaia. La Bahía homónima, la Bahía Encerrada, la Pasarela Fique, los muelles Afasyn, Lasarre, Turístico y De La Gobernación. Los barquitos pescadores. El horizonte. El cielo abierto. Pero ante todo, la sensación única e indescriptible de estar ahí, en el último recodo de la tierra.
Como si el premio no fuera suficiente, la creación quiso que este lugar recóndito fuera bendecido (además) por la belleza de las montañas. Una cadena de picos nevados se extiende sobre la espalda de la ciudad, enmarcándola en un contexto cautivante. Basta con escaparse en dirección opuesta a la bahía para conocer de cerca aquellos portentos.
Rebosantes de verde, los pinares riegan faldas y laderas. Un magnífico cuadro exclusivo de la Patagonia. Arriba, bien arriba, las cimas mantienen su blanco perfecto. Numerosos senderos abren la coraza montañosa, en un acto de cortesía para con el entusiasmado turista.
Uno de los más famosos es el que nace en el Barrio Martial y que culmina en el Glaciar que lleva el mismo nombre. Allí es donde se aprecia de manera sustancial el contraste de verdes y blancos. Allí también es donde obtenemos las mejores panorámicas de la ciudad y sus excepcionales bahías. Bien alto estamos. Y bien contentos.
Afuera, alejándonos del tejido urbano, brotan más caminos. Los bosques magallánicos, tesoros de Tierra del Fuego, marcan el rumbo hacia otras visitas obligadas. El Cerro Castor es una de ellas. Rodeado de lengas, esta maravillosa montaña alberga uno de los centros de esquí más renombrados del continente.
En dirección contraria se encuentra el Parque Nacional Tierra del Fuego. Corona de la región, cubre una superficie de más de 63 mil km2. Pero es en las inmediaciones de Ushuaia donde presenta su mejor y más amable semblante: una extensa área recreativa que incluye un buen número de paseos y caminatas. El canal de Beagle, las Bahías Lapataia y Ensenada, el Lago Roca y el Cerro Guanaco, entre otros emblemas, le dan color y sabor a los paisajes circundantes.
Ya de vuelta en el centro de la ciudad, vale la pena acercarse al Museo del Fin del Mundo y al Museo del Antiguo presidio, un clásico que rememora historias de la famosa cárcel. Entre la alegría de haber estado y la tristeza que provoca la inminente partida, el viajero se dispone a despedirse. Se sabe dichoso ¿Vieron esos lugares adonde hay que ir? Bueno, Ushuaia.
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