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El represor “gato Gómez” fue reconocido ayer por la testigo villamariense víctima de torturas |
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Ayer concluyó con la testimonial Soledad García, quien fuera sindicalista y docente en los años de la dictadura. Fue en la decimotercera jornada del Juicio Histórico contra el ex dictador Jorge Rafael Videla y el ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, Luciano Benjamín Menéndez, acusados de cometer delitos de lesa humanidad en los años oscuros.
El 9 de marzo de 1976 García fue secuestrada por un grupo de civiles cuando viajaba en su “Citroën amarillo”, junto a un compañero de apellido Flores. Ambos fueron trasladados al Departamento de Inteligencia (D2) que funcionaba en el pasaje Santa Catalina. “En ese momento empezamos a ser golpeados y torturados brutalmente. A mí me hicieron el 'submarino', cosa que sufrí mucho por ser asmática”, relató la ex presa política.
A partir de ese momento y durante cuatro años, estuvo detenida sin causa alguna. “Me habían dicho que estaba por averiguación de antecedentes, pero era una burla”, admitió la testigo.
Tiempo después la trasladaron a la Unidad Penitenciaria (UP1). En ese lugar los presos políticos contaban con elementos indispensables para una vida carcelaria digna. No obstante, eso cambiaría drásticamente luego del Golpe de Estado de 1976. La comida “pasó a ser una ‘sopa de agua’, en las requisas desnudaban a las mujeres a pesar de las bajas temperaturas y muchas sufrían el denominado tacto vaginal”, recordó García. Además sufrían tormentos psicológicos, por ejemplo con los simulacros de fusilamiento. “Vivíamos en condiciones infrahumanas; era un campo de concentración sólo que en una cárcel legal”, aseguró la sindicalista.
La segunda testigo en declarar reconoció en el banquillo de los imputados al “gato Gómez”, quien está acusado por imposición de tormentos agravados y seis homicidios. “Gómez no tenía problemas en levantarnos la venda porque se creía dueño de nosotros”, dijo seriamente.
Soledad García se enteró de la desaparición de Eduardo Requena, su “compañero de vida”, por un rumor dentro del penal. “Ya no está más”, le dijo un militar sin brindarle más detalles, refiriéndose a su pareja. Con muchas lágrimas en los ojos se animó a recitar un poema que ella le había escrito a su esposo, frente al tribunal que juzga a Videla y Menéndez. “Ellos saben donde están los cuerpos, donde están los chicos, que digan”, imperó la testigo.
A Requena, profesor y fundador del Sindicato de Docentes Privados (Seppac), se lo vio por última vez en un bar de Córdoba en el año 1976.
En su relato, Soledad García afirmó haber sido testigo de la muerte de René Moukarzel, de los maltratos especiales que sufría Diana Fidelman “sólo por ser judía”, y también del último traslado de Marta de Baronetto. Incluso dio muestras de cómo vivían los niños dentro del penal y cómo las embarazadas daban a luz estando vendadas y esposadas a la cama.
Por último contó que, tiempo antes de recuperar su libertad, cuando las trasladaron a la cárcel de Devoto, le hicieron una requisa desnuda en el medio de la capilla. También recordó al capellán de dicha localidad: “San Fachón le decíamos, porque era un fascista, un colaborador de los militares, igual o peor que ellos”, dijo la docente.
Texto y Fotos: Facundo Martínez (Especial para el DIARIO del Centro del País)
Pepe Dinamita, Remolino y el Avispón Verde
Los relatos que surgen en el Juicio Histórico, ya sean de víctimas o de familiares de desaparecidos, son conmovedores. No sólo porque dan cuenta del horror que vivieron los presos políticos que cayeron en las manos de la dictadura, sino también por la solidaridad y el compañerismo que reinaba en las celdas para continuar con vida. Frente a todas las adversidades se las ingeniaban para escribir en un papel de cigarrillo, pasarse un poco de sal o espiar para saber cuándo llegaba la requisa. De igual modo le ponían apodos a los militares para identificarlos. “Pepe Dinamita” le correspondería a Quiroga, “Remolino” a Alsina (era el más duro con los presos) y el “Avispón Verde” le decían a Mones Ruiz por su semejanza con dicho personaje. En los relatos, se escapa una sonrisa frente a tantas lágrimas.
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