“La cuestión del Estado y su Gobierno se ha convertido en el centro de los debates de una sociedad que busca encontrar y afirmar su identidad y destino, no todos usando los mismos métodos y algunos rozando actitudes rayanas con el autoritarismo no deseado. Por cierto, esta no es una discusión simple y rústica, cargada de clichés y frases vacías de contenido, muy frecuente en las paupérrimas teorizaciones sobre problemas cruciales de nuestra sociedad.
Abordar las cuestiones del devenir de las relaciones entre el estado y la sociedad es, tal vez, la mejor manera de comprender y reconstruir el propio proceso identitario y sobre todo analizar nuestra libertad política, es decir, la propia.”
Así comienza un escrito, enviado a nuestra Redacción, por el titular de la bancada justicialista Carlos De Falco (foto).
En la nota, el edil analiza y reflexiona sobre la realidad actual y los “ataques” que sufren los gobernantes.
La opinión del integrante del Concejo la transcribimos a continuación:
“Para ello es bueno comenzar por repasar que el concepto de Nación esta íntimamente vinculado a los sentimientos que genera una historia común, un presente común y un futuro que debe ser de igualdad de oportunidades para todos. Somos lo que somos como Nación, con nuestros defectos y virtudes; la propia idiosincrasia que nos hace ser como somos y no de otra manera.
La Nación se convierte en Estado cuando se organiza jurídica y políticamente. Es decir, se da un gobierno que se organiza y ejerce a través de leyes -lo de gobierno está vinculado a lo político, al ordenamiento de la sociedad, y lo jurídico a las normas que se dictan para la convivencia entre particulares y de éstos con el Estado-.
En orden a ello podemos afirmar sin temor a equívocos que a la política, en sí misma, como actividad esencial del hombre, no la podemos calificar de buena o mala, sino que es, ciertamente, necesaria. Tal es el reconocimiento que a ello otorga la Constitución de la Nación Argentina [1].
Esto viene a cuento en virtud del desprestigio intencionado que sectores poderosamente económicos pretenden hacer de la actividad que representa el interés por la cosa pública, con frases como que la política sólo sirve para “fabricar pobres”, cuando es claramente a la inversa ya que el fin, de esta actividad, es el bienestar general de todos los habitantes.
Para lograr la prosperidad colectiva es palmariamente necesaria una adecuada distribución de la riqueza. Lo que en otras palabras podemos definir como “justicia social” que implica que quien más tiene más aporta a la sociedad y quien menos tiene más debe de recibir.
Los derechos sociales constituyen el ingrediente fundamental en la construcción y desarrollo de la ciudadanía, en la medida que le asigna contenido. No cabe duda que la ciudadanía es uno de los dispositivos fundamentales para articular las demandas por un mundo más igualitario y más justo.
Cuando un Gobierno, como el que tenemos por elección popular, se decide a ello aparecen grandes sectores concentrados de la economía que ven, lógicamente, afectados sus intereses (pues no quieren perder nada de sus ganancias aunque fueran extraordinarias) y arremeten, sin miramientos, contra la administración, aunque ésta persiga el loable y constitucional fin de una mejor vida para todos.
Esto es lo que esta pasando, a mi modesto criterio, con el Gobierno nacional. Cuando éste pretende una participación de todos los argentinos en el producto bruto, los grandes ganadores del progreso económico de la Argentina no sólo protestan, sino que, a través de diversos medios (vaya la paradoja) muchos comunicacionales de gran magnitud comienzan una campaña de desprestigio en contra de la autoridad del Estado, aún con las descalificaciones más inciviles y groseras que vemos a diario; con el agravante de la inaceptable complicidad de muchos que se dicen “conductores políticos”.
Lo lamentable es que estas maniobras de pérfido desprestigio, no sólo tratan de carcomer la popularidad o aceptación de un gobierno, sino que hieren y dañan uno de los pilares básicos del Estado que es la política y uno de sus elementos esenciales “el Gobierno”.
Desmerecen una actividad tan noble, como antigua, que es ‘la política’, impiden que los ciudadanos honestos y probos tengan la inclinación de ingresar a la misma, por miedo a tirar su honra a los perros, en definitiva despejan el camino para soluciones mesiánicas, que en el fondo desean con fervor casi indisimulado.
Atacan a personas y no a ideas, revuelven la basura para ver qué pueden encontrar de cada funcionario o ciudadano interesado, para batallarlo como persona, sin tener la más mínima intención de procurar una dialéctica que lleve a una discusión sana y verdadera.
Debemos reflexionar, no dejarnos apabullar por algunos medios o personeros de ideas trasnochadas que tanto daño nos han causado.
Debemos analizar y reflexionar sobre lo que cada uno ha realizado cuando le ha tocado estar en función de gobierno. Mirar constantemente el pasado y siguiendo esa línea desembocar en el presente.
Entonces ver si desde aquella historia vivida, a nuestro presente hemos mejorado, entonces tendremos una visión más clara de lo que puede ser nuestro futuro, si este proyecto de Nación sigue adelante.-
Nos debe ganar la idea de tomar parte, de coparticipar, y de comunicar el conocimiento.
Esa es una participación ‘transformadora’. Esta experiencia, puede resignificar nuestras opiniones, abrir nuevos puntos de vista, promover interrogantes inéditos. La esencia del saber se encuentra en el preguntar, tener experiencia no significa alcanzar una nueva verdad, sino aprender a plantearse nuevas preguntas.
Aceptemos la diversidad, la pluralidad, discutamos ideas (no hombres), logremos la necesaria síntesis que nos permita ser cada vez mejores, para poder ayudar a nuestros semejantes, a que todos tengamos una vida mejor, donde la dignidad del derecho humano a vivir, sea casualmente eso, un derecho de que gocemos todos.
Es necesario buscar con paciencia de artesanos el mayor consenso posible en nuestro obrar público, pero no debemos, ni menos podemos, claudicar en la acción de buscar una verdadera y sentida justicia social.
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