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Padeció dolores “insoportables” e infecciones a raíz del accidente. El municipio ya casó dos sentencias |
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“Yo no digo que no tengo culpa, pero era un niño. Tenía 14 años. Es al municipio a quien le corresponde ayudarme y nunca lo hizo”. Dolido, José Antonio Amaya le expresa a EL DIARIO su desilusión.
Es sábado a la mañana y un sol radiante ingresa por la ventana de la casa del joven, a metros del Obispado villamariense. Mira hacia la calle a cada instante y habla con firmeza. Utiliza bastones canadienses para movilizarse, consecuencia del accidente que sufrió en el verano de 2000.
El 6 de enero de ese año, Amaya cayó desde tres metros de altura al piso y se lesionó la columna. Se encontraba practicando gimnasia “porque era de la escuadra del Salón de los Deportes” cuando una pirueta terminó en tragedia.
“Me accidenté en un lugar municipal, competía para el municipio, realizaba una gimnasia de altísimo riesgo y ni siquiera tenían seguro . Pedimos ayuda y nunca nos dieron nada”, explica.
Hacía un mes que el intendente Eduardo Accastello había asumido por primera vez en el cargo y -advierte el entrevistado- ni él ni su sucesora, Nora Bedano, le tendieron una mano de ayuda. Ahora es al mandatario a quien quiere llegar. “No me interesa hablar con sus secretarios ni con sus abogados. Quiero que Accastello se haga cargo de lo ocurrido”, señala.
En el expediente del caso figura que la demanda es realizada por su madre, Cleofé Broggi, contra “Hugo Avallay (el yudoca profesor de José) y otros” y ya tuvo dos sentencias a favor de la familia del joven. Hoy se encuentra en Casación por la apelación de la comuna.
“Nos prometieron muchas cosas pero jamás nos dieron algo. Quiero que asuman su responsabilidad”, remarca.
“No me interesa decir de cuánto dinero hablamos, pero no he podido terminar el tratamiento por la falta de recursos. Pido casa y trabajo como corresponde. Lo que sucedió ese verano me cambió la vida”, dice.
Amaya comenta que “para conseguir el Documento Nacional de Identidad estuve seis años, lo que me parece raro, porque justo el mío se perdió”.
La fortaleza interior
José narra momentos de gran tristeza. “Era un nene y pasé a ser un hombre que tiene que tomar decisiones y que sufre. Padecí discriminación, temores. Habré estado alrededor de un año en silla de ruedas, pero ese año transcurrió como si fuera una eternidad. En condiciones así, el tiempo es otro”.
De una tabla rígida pasó a la silla de ruedas y luego a bastones. Remarca los avances en su recuperación y está convencido que si hubiera podido finalizar el tratamiento habría logrado vivir con normalidad. No obstante, la indiferencia estatal lo condenó a no poder cumplir su sueño. No sólo su sueño sino el derecho de toda persona.
“Lo que ocurrió me quitó las chances de muchas cosas. Estudiar, trabajar y moverme fue mucho más difícil para mí que para cualquier otra persona”, destaca.
Papá de una hija, confiesa que logró salir adelante gracias a “mis amigos, al hecho de aferrarme a Dios y en este momento a mi hija”. Siempre buscó una razón para no desmoronarse del todo, ante el embate psicológico producido por el desgraciado suceso y la actitud del Gobierno.
“Parece que hay dinero para gastar miles de pesos en 40 minutos de fuegos artificiales o para realizar una nueva costanera, pero no para un ser humano que sufre. No puedo esperar más”, concluyó.
D. B.
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