Escribe: "Pepo" Garay
(Especial para EL DIARIO)

De entre todos los circuitos que se pueden realizar por nuestro maravilloso continente, hay uno que se lleva todos los laureles.
Por su historia, su mística y sus bellezas, se destaca del resto. No tiene nombre oficial, pero para los argentinos es un clásico. Huérfano de mote, lo bautizaremos como la Ruta Andina.
Quién no ha soñado con hacerlo. Cuántos jóvenes ambicionando aventuras se habrán largado a conocerlo, y a estremecerse.
Pasaremos a ubicar su comienzo en Salta, al norte del país, siguiendo por la mágica Bolivia, y finalizando en el glorioso Machu Picchu, al sur de Perú. Baño de maravillas visuales y cultura latinoamericana. Un viaje elemental.

Primera etapa: Norte argentino

Con la mira en el mundo Inca, bien vale aprovechar para recorrer las virtudes de nuestro norte nacional. Aquí las formas de vida ya adquieren un talante distinto, y el paisaje comienza a hipnotizar. Ahí está Salta, que convida con su fina estampa, sus iglesias y sus soberbias plazas. Tan linda como siempre, nos marca el puntapié para iniciar el recorrido.

De ahí hacia arriba, pasando por San Salvador de Jujuy e ingresando a la majestuosa Quebrada del Humahuaca. La parada inicial se llama Purmamarca, encantador pueblito con su célebre Cerro de los Siete Colores. También aparece Tilcara, con las ruinas de Pucará, y la localidad de Humahuaca. Luego el entorno aumenta en desolación y, tuteándonos con las nubes, arribamos a La Quiaca. Primer puesto fronterizo y muchas palpitaciones.

Segunda etapa: Bolivia

La hermana Bolivia nos recibe con todo el colorido y el encanto de su cultura, entre puestos callejeros, vestimentas tradicionales y sonidos del altiplano. La agenda marca Uyuni, un gigantesco salar rodeado de infinito. Tomando la ruta principal, descubrimos Potosí, la otrora ciudad más grande del mundo. Con sus cerros todavía escupiendo plata, el municipio reboza de memoria y tristes anécdotas del duro pasado continental. Por su importancia histórica, merece ser caminada y admirada.

Más tarde, el cordón andino gana en altura y magnificencia, mientras la ruta dicta Oruro. Más de paisajes soberbios a través de la ventanilla, hasta que La Paz realiza su entrada triunfal.

Qué decir de esta ciudad, que se extiende como un pozo eterno sobre las laderas circundantes. Imponente en arquitectura, sorprende en cada esquina. En las cercanías se desnudan sitios también dotados de atractivo, como la aldea de Coroico. A unos 150 kilómetros de allí, el lago Titicaca marca el cruce hacia Perú. Isla del Sol y Copacabana invitan a pasar. A esta altura, el viaje ya nos tiene a su merced, embelezados. Pero lo mejor aún está por venir.

Tercera etapa: Cuzco

Nueva frontera, nuevo mundo. Tras surcar la provincia de Puno, Cuzco da la bienvenida. El mix de legado incaico y europeo, convierten a la ciudad en uno de los destinos más fascinantes del globo. Queda poco tiempo, pero ni el apuro logra que caminando hacia Machu Picchu, la garganta se haga nudo al contemplar las impresionantes montañas vestidas de verde. Durante el mitológico trayecto, el mundo calla. Aquí la naturaleza apabulla hasta el más ingenioso de los comentarios.

En ese marco inconcebible, el viajero sube hasta Machu Picchu, respira hondo y amanece cien veces. Pleno y radiante, disfruta de su premio sagrado.

Ruta alternativa: Turismo frutal

Escribe:
El Peregrino Impertinente

En cualquier momento agarro y empiezo a viajar con el único objetivo de comer fruta. (Que no es lo mismo que tirar fruta, o batir fruta, como dicen los jóvenes de hoy, sumergidos en la ciénaga de la pelotudez). Turismo frutal lo llamo.
Y es que hay lugares que tienen unas frutas de locos. Especímenes exóticos de sabores tan destacables, que uno los muerde y empieza a tener revelaciones divinas. Yo una vez me clavé una guayaba en la playa y fue tal el goce que se me empezaron a aparecer los ancestros. "Haz el bien sin mirar a quién", me dijo uno. "Sigue el camino de la verdad", me dijo otro. "Gorriado", me dijo un tercero, con esa mala leche de los que están podridos de vivir en la tercera dimensión.
La fruta… conozco gente que se ha convertido al budismo de sólo probar una sandía filipina. Gente que se enlistó en las filas de las FARC tras disfrutar un mango colombiano. Y Gente que busca gente, un programa que no tuvo demasiado éxito, pero que al menos tenía un fin noble. Vale la pena, no tenga dudas: recorrer los cinco continentes en búsqueda de melocotones, kiwis y zarzamoras. Deleitarse con frambuesas, cocos y damascos. Extasiarse con fresas, ananás y chirimoyas, que vaya uno a saber qué carajo es, pero suena extravagante.
A propósito: el otro día, en un programa de radio local, estaban sorteando un bolsón de frutas. Así decía el locutor: "El primer oyente que llame se lleva el bolsón, compuesto de un kilo de naranjas, un kilo de manzanas y medio kilo de peras". No podes ser tan miserable de regalar medio kilo de peras. Es el equivalente a dos peras medianas a lo sumo. Qué manera de fusilarme la ilusión.