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Jorge Corona aportó su efectivo humor procaz. Iliana regaló su carisma y dotes para el baile |
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La puesta de “Iliana tiene Corona”, montada el sábado pasado en un Verdi a mitad de sala, se redujo a la tradicional estructura de “music hall”, con intervenciones por separado de un capocómico reconocido seguido por la participación musical de una vedette lo suficientemente versátil para explotar sus capacidades histriónicas frente al público.
Lo particular de este espectáculo es la veta altamente procaz del humorista Jorge Corona que arroja un rosario de epítetos irreproducibles, donde el propio espectador puede llegar a ser blanco de los insultos más hirientes. Para algunos será una total falta de respeto y decoro, para otros una catarsis desenfadada donde el “vale todo” incluye la humillación propia y ajena. Porque justamente, Corona -quien ha trabajado a la par de próceres del teatro cómico- ha sido y seguirá siendo un bastión marginal de la incorrección (hasta se ríe de los que piden monedas), que juega sin red a maltratar a su audiencia. Un “border” que puede sobrepasar cualquier límite de la chabacanería -siempre ligado a lo sexual- y al rato hacer chistes sobre Menem o una excelente descripción de los turistas anodinos que pululan en Mar del Plata. En contraste, Iliana aporta buenas coreografías (junto a su cuerpo de baile) y monólogos empáticos producto de su carisma y una inteligente decisión de “reírse de sí misma” (en especial de sus dotes para el canto). En su primera presentación en la ciudad, Calabró incluyó varias referencias a sus participaciones en “ShowMatch”, montó un pequeño concurso de baile con espectadores, algunos chistes suaves hacia la presidenta y algunas anécdotas con su familia, al llegar a nuestra ciudad. “Rossi -el esposo- quería ir con mi suegra al lago de acá pero no lo encontraban; me dijeron que estaba vacío y después se iba a llenar. ¿Dónde se ha visto eso?”, concluyó. J.R.S.
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