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Rodríguez junto a Sergio Pinget y Lilián Zárate en coros, dos de los invitados |
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“A veces siento que estoy tan solo”. A juzgar por esa única frase, incluida en el flamante álbum, Fabricio Rodríguez se configuraría a la distancia de cualquier alianza afectivo-profesional. Pero todo lo contrario.
La redefinición de su carrera, emergiendo ya no como integrante de una banda sino como solista acompañado por su grupo, terminó compensándose con una pléyade de artistas convocados tanto para la grabación del disco como para su presentación formal, concretada el sábado pasado en el Teatro Verdi.
Ante una sala completada en un 75%, el músico local abordó uno de sus shows más ajustados, de altas cuotas de virtuosismo y, de hecho, con más participaciones arriba del escenario que nunca. Aún sin contar con ninguno de los “pesos pesados” que aportaran en la placa (Javier Calamaro, Alejandro Lerner, Abel Pintos y Andrés Giménez), Rodríguez se valió de buena parte de los sesionistas, a la vez que llamó a nuevos instrumentistas para montar una súper banda.
Una de las celebradas incorporaciones resultó la excelsa formación de Córdoba Gospel Singers, que no sólo intervino -al principio y al final- en el show central sino que brindó un set en la previa de primer nivel, con clásicos del “negro spiritual” y con interacción del público.
Mientras los “singers” extendían su mantra de cortina, los músicos se acomodaron detrás para largar el primer tema del concierto: “Pensando en alguien”, que gracias al motor sonoro en escena se catapultó más explosivo que en el disco. Le siguieron “Masticando suerte” (un corte de difusión hecho y derecho) y “Cansado” (un rock cuya pulsación va de menos a más), hasta que el solista tocara por primera vez en la noche su guitarra acústica -siempre para la “zurda”- por la armónica, amén de “Dame una señal”, del disco anterior “Algo sagrado” (2005).
Mientras el cancionero se decantaba, Rodríguez -quien admitió su nerviosismo por volver a tocar en su ciudad después de un par de años- se iba relajando y mechando chistes, como cuando invitó a su primo Gonzalo para un set de música celta a dos armónicas o cuando saludó al grupo de “fans” que arribó especialmente de Buenos Aires.
La lista de convocados, cual “Checho” Batista, continuaba con: Ariel Lobos con su ensortijado y sutil "pedal steel guitar” (o “guitarra a pedal”) para temas como “Ando buscando”, Sergio Pinget en acordeón (que se valió para un set de chamamé con “Kilómetro 11” y la festejada versión del tema country “Nashville”, con una letra escrita diez años atrás en dicha localidad estadounidense por Rodríguez, quien acompañó con mandolina, e incluida recién en su último disco), Sergio Gracioli de Rafaela en guitarra española (para un set instrumental en homenaje al folclore y el tango, con “Romance de barrio” y “9 de Julio” entre otras), la sensual Lilián Zárate en coros (quien conoció a Fabricio por Facebook e interpretó en pleno show en inglés y como solista “Aleluya”), David Martínez en guitarra eléctrica, Alito Spina en bajo, Diego Pasarini en violín y los locales Fernando Hemadi en trompeta y Sergio Alonso en saxo.
La “troupe” se completó con los aliados de siempre, Ariel Funes en teclados y Alexis Verde en guitarra junto a Cacho Aiello, enrolado como violero y productor de la placa. El tramo final incluyó “El mundo de los silencios”, de paso inspirado en una semblanza de su madre a su hijo fallecido publicado en El Diario, “Ahora” (el hit del disco anterior) y, como bis una impecable y más que atinada recreación de “Algo sagrado”, con un colchón de voces gospel.
Juan Ramón Seia
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