Escribe:
Pepo Garay
Especial para EL DIARIO

Por un lado, Bangkok es un canto a la armonía. Decenas de templos se esparcen por su casco urbano. Miles de monjes caminan sus arterias. Un infinito de plegarias se eleva al cielo desde cualquier esquina. Por el otro, es puro desquicio. Diez millones de habitantes revientan los límites de su circunferencia. Interminables calles y avenidas le imponen un eterno movimiento. El tránsito furioso la condena al trastorno.
Una ciudad desconcertante sorprende al más piantado, e invita a explorar su exótico perfil. ¿Pero cuál es la verdadera Bangkok? ¿La de la paz o la de la locura? El viajero tendrá que someterse a sus designios para averiguarlo.

La paz

El What Phra Kaeo, o Templo del Buda Esmeralda, es el emblema por excelencia de la urbe. Lo exuberante de su diseño hace del santuario una joya arquitectónica. Cúpulas doradas le apuntan al cielo y susurran los conocimientos del budismo. En el interior, lo colosal del escenario contrasta con los detalles de la decoración. Muros, marcos, tejados, columnas, estatuas, todo lleva el sello del estilo Chakri, dinastía que reina en el país desde fines del Siglo XVIII. El carácter sagrado del recinto se palpa en cada mosaico. Aún con la excesiva cantidad de turistas que recorren los pasillos.
Al lado aparece el Gran Palacio, para representar el poder de la monarquía y su influencia en cada estamento de la Patria. Majestuosa estructura protegida por los mismos muros que su inmediato vecino, termina de conformar un complejo espléndido.
No obstante, el What Phra Kaeo es sólo uno de los tantos templos que embellecen Bangkok. Los ejemplos de la arquitectura religiosa se reparten por doquier. Cada barrio o distrito tiene uno y, en muchos casos, varios. Es en este tipo de monasterios donde vive la verdadera esencia del budismo. Monjes apenas ataviados con túnicas naranjas recorren los jardines, dando consejo a quien lo solicite. Adentro de la sala, la gente se arrodilla para venerar a Buda, entre ofrendas e inciensos.
Uno de los más conocidos es el Templo del Amanecer. Con sus enormes torres, la construcción adquiere rasgos de pirámide. Linda con el río Chao Phraya, principal afluente de la ciudad. En el canal de agua también se respira la calma local.

La locura

En pleno centro montones de rascacielos dominan el entorno, con enormes sho- ppings sirviéndoles de laderos. Las avenidas van cargadas de autos, motos, colectivos, camiones y tucs-tucs, triciclos motorizados para transportar pasajeros. El tránsito se torna imposible, con embotellamientos a cada paso. Hay ruido, humo y caos. Para confrontar el problema de transporte, el Gobierno puso en funcionamiento un tren de pasajeros que pasa por arriba de las calles. La surrealista obra, similar a una autopista, aporta mayor confusión. Vendedores ambulantes ofreciendo mil y un productos, monjes en sandalias y música enigmática, terminan por darle al cuadro la pincelada que le faltaba. Postal incómoda y desconcertante, pero también interesante y seductora.
Son dos caras de una misma moneda. Paz o locura, según el lado por donde se la mire. Todo junto se pronuncia Bangkok.