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El Peregrino Impertinente
Dicen que para un peronista no hay nada mejor que otro peronista. La misma lógica podría aplicarse a los libaneses: para un libanés, no hay nada mejor que otro peronista. No, sería así: para un peronista no hay nada mejor que otro libanés. Bueno, lo importante es que se entendió. Aquello se desprende de la forma en que los habitantes del país árabe se relacionan. Andan dispersos por el mundo: Europa, Asia, Africa, Oceanía y América. También están los que residen en El Líbano, dato curioso. Vivan donde vivan, los tipos siempre tienden a juntarse entre ellos. Saludable forma de conservar su cultura y sus tradiciones, y de comunicarlas al mundo a su manera. O sea, a los gritos.
Yo tengo un par de amigos libaneses. Roy y Karlos se llaman. Tienen una pizzería en Australia. Venden de todo, pero principalmente pizzas. El restaurante se les llena de gente, entre ellos muchos libaneses, claro. Ahí están los hijos de Medio Oriente: hombre, mujer y una tropilla de críos. Parecen los Carabajal, de la cantidad que son. Y meten un barullo acorde a la postal. Hablan hasta por los codos, moviendo las manos.
Lo particular es que uno los ve y se piensa que están enojados. Usan el rostro adusto, con esas cejas gruesas tipo brocha de barbero. Pero es cuestión de largar la charla para descubrir personas de gran corazón y dotado sentido del humor. Entonces, de bien que están, aparece la familia amiga: hombre, mujer y dos docenas y media de bebés. Después llegan los abuelos, los tíos, los primos, los padrinos… las suegras no (son una raza muy inteligente). Y naturalmente, se quedan a comer. Todos juntos, en comunidad. Al mejor estilo libanés.
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