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Pepo Garay (Especial para EL DIARIO)
Allá a lo lejos se aprecia una bahía extensa y luminosa, separada del resto por abismos de agua. El tramo inicial del puente vasco da Gama, de 17,2 kilómetros de extensión, permite ver los primeros rasgos de Lisboa. Sólo un río aparta al viajero de una de las ciudades más cautivantes del viejo continente. Y de una realidad bien disímil a la del resto del occidente europeo.
@ Similitudes y diferencias
Ya estamos en al capital de Portugal, Nación que en muchos aspectos se parece más a la Argentina que a las naciones fuertes de Europa. Por eso nos encontraremos con colectivos viejos y destartalados, rutas roídas por el paso de los años y otras pistas de atraso -como la pobreza- palpable en diferentes regiones del territorio. No por casualidad los índices de desarrollo económico la colocan en un nivel cercano al de nuestro país, aunque claro, con una superficie casi 30 veces menor y una población de algo más de 10 millones de habitantes.
Aun así, el nivel de vida todavía dista de los parámetros sudamericanos. Por algo las oleadas de inmigrantes siguen arribando día a día. En su mayoría vienen de Brasil, Angola, Cabo Verde y el resto de las ex colonias portuguesas. En las calles de Lisboa los negros son multitud. Su presencia evoca períodos de conquista y esclavitud, época en la que países como Portugal tenían al mundo en sus manos. Hoy todo aquello parece mitología ¿Cómo esta tierra de riquezas pudo venirse tan abajo? La historia puede ser traicionera. Más nunca del todo. Como recompensa, ha dejado bastos tesoros arquitectónicos en la capital lusitana.
@ La Lisboa profunda
Para comenzar, nos introduciremos en la Lisboa profunda, con un paseo por el barrio de Alfama. Arrabal de marcada identidad, supo ser baluarte morisco durante la conquista. Sus calles, estrechas y adoquinadas, destilan una atmósfera única, propia de los sitios emblemáticos. Los vaivenes de las colinas le dan al lugar una dosis extra de carácter. Casas antiguas y deshilachadas, balcones bajos, naranjos y escalinatas por doquier. Un lujo con vista al mar.
Las preseas del sector incluyen la Catedral Santa María Mayor y el famoso Castillo de San Jorge. Este último fue levantado por musulmanes en el Siglo X, aunque pasó a manos portuguesas a las pocas décadas, tras la reconquista llevada a cabo por Alfonso I.
En otro rincón de la ciudad aparece el también clásico barrio de Belén. Allí el visitante registra de cerca el pasado de la ciudad, sobre todo a partir del Monasterio de los Jerónimos. Este majestuoso edificio fue levantado durante el Siglo XVI para conmemorar el regreso de Vasco da Gama de Oriente. En realidad, los éxitos de navegantes y conquistadores fueron una constante en la cronología de Portugal, certificando los laureles de potencia marítima que la Nación ibérica supo ostentar. Blanca y silenciosa, la Torre de Belém (otrora fortín de defensa contra los ataques vía océano Atlántico) viene a aportarle certezas al asunto.
@ Populoso microcentro
Pero Lisboa también se conforma de un sector moderno y pujante, aunque siempre rodeado de riquezas históricas. La plaza Pedro V define el epicentro de la ciudad, cercada por bellas figuras, como al Estación de Rossio y el Teatro de María. La imagen del tranvía, todavía en funcionamiento, le da más colorido al escenario. Luego, la avenida Da Liberdade riega de verde un paseo que culmina en el señorial Parque Eduardo VII.
Volviendo a las populosas peatonales del centro, el viajero se imbuye aún más en la cultura local comiendo una soberbia feijoada (plato típico parecido al locro) y escuchando el constante parloteo de los lisboenses. Poco entenderá de aquel palabrerío que corre por comedores y tabernas a la velocidad de la luz. Esa sensación de incomunicación, al fin y al cabo, también será parte de su aprendizaje a la portuguesa.
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