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Escribe:
Orlando Barone (*)
Que Mauricio Macri haya vuelto de un viaje es ya una costumbre: siempre se va de viaje y siempre vuelve. Y cuando no viaja y está, es como si no estuviese. Entre medio a su gobierno le suceden desaciertos y a la sociedad desgracias.
Nadie lo va a desalentar de su espíritu viajero sea en la geografía, sea por distraimiento. Macri es un viajero afanoso. Un migrante de la política cuyo público de pertenencia es también migratorio.
El jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires es una abstracción real virtualmente omnipresente. Ha conseguido que su nombre sea una marca que se consume o se desecha por oposición, pero que aún en el rechazo adquiere resonancia.
El mercado tiene sus reglas y él participa de ellas. Para esto cuenta con el sinuoso apoyo de una gran porción del periodismo que en alianza con la clase media que mira mal a la media baja o no la mira, le cantó loas al batir de campanas que en la ciudad celebró festivamente el derrumbe.
Sépase que esta ciudad no es rara ni por sus palacios y rascacielos ni por sus piquetes y sus exclusiones, que los tiene en escala notable; es rara porque es capaz de resistir a los porteños y todavía más: de resistir las contradicciones que ellos contienen. Que contenemos.
Mauricio Macri es su más actual consecuencia. Si en su lugar el cargo lo ejerciese un líder de algún movimiento social también sería una contradicción coherente.
No hace falta trazar las contradicciones entre Puerto Madero y Ciudad Oculta, o entre el circuito de gastronomía gourmet y el de gastronomía del choripán y el chipá para entendernos como habitantes de este batido de berretines sociales e ideológicos.
La mitad de los alumnos aquí va a la escuela privada, la otra mitad a la pública. El encargado de edificios o el portero es el amable servidor de los propietarios e inquilinos hasta que le toca un aumento que lo convierte en el indeseable enemigo.
No vayamos a creernos, que por los continuos desaciertos de la gestión municipal no exentos de tragedia, que Macri no representa a esta ciudad: la representa. Y quien aspire a reemplazarlo va a tener que hacer muchos méritos para superar esa representación que los porteños lograron instalar paradójicamente cuando en Latinoamérica más fluyen gobiernos populares y no elitistas.
Somos tan proclives a imponer tendencias y a desestimarlas tan pronto como se imponen, que es probable que en el futuro aquí se procuren gestiones innovadoras. Algún día no hay por qué desestimar se elija un jefe de Gobierno más bizarro todavía si eso resulta chic; o uno abstracto salido de Facebook.
Aunque más lógico sería un intendente “blumbergniano” y “seguritista”. La resistencia a sus errores y devaneos de esta ciudad se funda en que es “antiflama” políticamente.
El viajero Macri seguirá en su objetivo: el de estar para quienes nunca deja de estar, y no seguir estando para quienes seguirán esperando.
Hay un tipo de votante porteño que es un votante efímero. Lo que vota hoy no lo vota dentro de un rato.
O sí.
(*) Carta abierta leída ayer en Radio del Plata
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