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16 de Septiembre de 2010
Luisito
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Fue una noche de invierno cuando lo conocí. Regresaba a casa y noté su presencia en la arboleda del frente, calle de por medio. Estaba bajo un algarrobo abigarrado de frío, entre unos cartones y trapos sucios. Me miró con sus ojos buenos y al acercarme comenzó a tiritar, ya no sólo de frío sino también de miedo. Entonces me di cuenta que su vida, además del abandono, padecía el temor a los hombres. Los hombres lo habían despreciado, golpeado y también olvidado.
Durante el mes de agosto, cada anochecer lo visité con algunas menudencias para su estómago estrujado y una caricia en la cabeza, que lo hacía temblar como si la más punzante helada cayera sobre él.
Poco a poco gané su confianza y lo fui llamando por su nombre; el nombre que se me ocurrió al mirar sus ojos melosos: Luisito.
Entonces, ya se atrevía a cruzar la calle cuando yo salía con su cena, pero por nada del mundo aceptaba entrar a casa, a pesar de tantas insistencias cuando la noche preveía alguna helada.
La tormenta de Santa Rosa llegó con algún atraso. La noche del viernes 3 de setiembre hizo un frío descomunal, acompañado de viento y llovizna. El tiempo desquiciado provenía del sur y era insoportable. Antes de acostarme pensé que pasaría con Luisito, a la intemperie, durmiendo bajo los árboles.
No podía conciliar el sueño, pensando en el frío y esa criatura allí afuera. Me levanté de la cama y salí a la calle; lo llamé varias veces pero no venía. En la oscuridad, bajo los árboles, brillaban sus ojitos y se podía adivinar el temblor de su cuerpo ante el impiadoso frío. No quería moverse de su lugar en el mundo; estaba paralizado por los miedos de la cruda noche.
Entonces decidí actuar y bajo el alero de casa, donde la vivienda forma una esquina de espaldas al sur, le dejé un tarro con leche caliente.
Lo vio mi vecino, que antes del amanecer ya está tomando mate en la cocina. Dice que fueron varios los viajes que Luisito hizo desde la arboleda hasta mi casa. Trajo los trapos, algunas bolsas de nylon, cartones, una botella plástica y su pelota anaranjada. Lo cierto, es que se mudó antes de que llegara la luz del día, tal vez para darme una sorpresa.
Aunque todavía no acepta por nada del mundo entrar a casa, al menos lo tengo más cerca para cada noche darle su ración de leche, una caricia y decirle: “Buenas noches, Luisito”.
Ya no tiembla de miedo y pronto, seguramente me honrará atravesando el umbral de mi casa.
Rubén

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