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El rostro de Fonseca mostró ayer distintas emociones. Al principio se lo vio tranquilo, como confiado. Pero a medida que declaraba Cavaglia, pasó de la sonrisa a la preocupación... |
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El testimonio de un ex convicto comprometió ayer la situación procesal de Fernando Hermenegildo Fonseca, el hombre que está sospechado de haber participado en el asalto y asesinato del joyero villamariense Felipe Aráuz.
Se trata de Elder Ernesto Cavaglia, quien declaró que el imputado y otro sujeto que también estuvo implicado en el hecho, pero que falleció encontrándose prófugo de la Justicia, lo fueron a ver para “hacer un trabajito” en la joyería y relojería que Aráuz poseía en su vivienda de Santiago del Estero 1674, en barrio Lamadrid de esta ciudad.
Cavaglia dijo que pocos días antes del cruento homicidio había mantenido una reunión con Fonseca y Osvaldo “Patón” Díaz en la sede del Automóvil Club Argentino local (no recordó si la conversación fue en el bar o en la playa de estacionamiento, dentro de un vehículo), oportunidad en la que le propusieron intervenir en el robo, a lo que aquel se negó porque no quería “meterse en problemas”.
Un testigo clave
Este testigo fue vital en la investigación desarrollada por el fiscal de Instrucción Gustavo Atienza, ya que desde un telecentro, aunque en forma anónima, llamó al 101 y alertó a la Policía que se estaba cometiendo un asalto en un comercio de Santiago del Estero y Colabianchi.
Es que momentos antes de perpetrarse el hecho, Cavaglia había llevado un automóvil de su propiedad a una concesionaria ubicada a media cuadra de la joyería para realizar una transacción comercial. En esas circunstancias, desde el interior de la agencia vio pasar a Fonseca conduciendo un Fiat Duna de color rojo y se detuvo frente a la casa de Aráuz. Dijo que se bajaron dos personas y entraron al inmueble, mientras que el Duna se estacionó a la vuelta.
Al advertir que se estaba por perpetrar aquel “trabajo” que se había negado a realizar, Cavaglia se dirigió hasta la Terminal de Omnibus y desde un locutorio telefónico llamó al por entonces Comando Radioeléctrico para anoticiar que se estaba produciendo un asalto.
Poco después de regresar al local de compra y venta de automotores, vio un móvil policial patrullando a un par de cuadras de la joyería, por lo que decidió regresar a las cabinas de la Terminal y realizó un segundo llamado mediante el cual precisó dónde se estaba realizando el atraco.
De vuelta a la agencia, Cavaglia observó a la distancia el momento en que los uniformados llegaron a la vivienda de Aráuz, con lo cual se iniciaba la investigación, por lo que decidió irse a su domicilio.
Lo que el testigo no sabía entonces es que Aráuz había sido amordazado, maniatado y brutalmente golpeado, principalmente en la cabeza, heridas que le ocasionaron la muerte.
No lo denunció
Sin embargo, al enterarse al otro día del luctuoso resultado del violento robo, Cavaglia no denunció a los sospechosos y su vinculación a la causa demoró algunos meses, tiempo que le demandó a la Policía y la Justicia establecer su identidad para poder localizarlo.
En rigor de verdad, los investigadores pudieron determinar que los llamados anónimos provenían del telecentro de la Terminal luego de verificar el número en el identificador existente en el Comando.
Al entrevistar al empleado del locutorio, éste les dijo que había escuchado el momento en que Cavaglia daba cuenta del atraco, aunque no sabía su nombre ya que lo conocía “de vista”.
A fines de enero de 2002, es decir casi tres meses después del crimen, se logró establecer que el “informante anónimo” era Elder Cavaglia, y a partir de allí el fiscal Atienza pudo orientar la investigación con dos nombres en carpeta: Fonseca y Díaz.
El propio Cavaglia aportó datos para que la Justicia dispusiera un allanamiento en una casa de Villa Nueva que alquilaba la concubina de Fonseca, Malvina Palacios, donde el acusado solía alojarse cada vez que viajaba a esta parte de la geografía cordobesa.
Qué se halló
En dicho inmueble la Policía secuestró varios relojes pulsera, collares, cadenitas y otras alhajas, además de dos armas de fuego, tres billetes de 100 dólares falsos, y hasta un formulario con el membrete que decía “Casa Aráuz”, la dirección y el número del teléfono celular que utilizaba la víctima.
El procedimiento se realizó el 1 de febrero de aquel año, en la vivienda de 9 de Julio 1373, en la vecina ciudad. Allí, personal de la División Investigaciones encontró un revólver calibre 38 enterrado en el fondo del patio, una carabina calibre 22 y dentro de unos paneles de telgopor del cielorraso se hallaron el referido papel membretado y los objetos de joyería y relojería (incluida una calculadora científica, entre otros objetos), aunque nunca se pudo determinar si pertenecían al stock de mercadería que tenía Aráuz en su negocio.
Luz a la causa
Con estos elementos de prueba y la declaración de Cavaglia, el fiscal que instruyó la causa ordenó la captura de Díaz y de Fonseca. El primero murió hace un par de años (víctima de un paro cardíaco) en Villa del Rosario, cuando todavía se encontraba prófugo de la Justicia, mientras que Fonseca fue atrapado a mediados de octubre del año pasado en la localidad mendocina de Bowen por una simple contravención. Claro que cuando los efectivos policiales cuyanos se percataron que había una orden de arresto en su contra, dieron cuenta de la novedad a Villa María y de inmediato se dispuso su traslado.
Tal como lo informó EL DIARIO en ediciones anteriores, Fonseca comparece imputado como presunto “partícipe no necesario de homicidio simple”, un delito que tiene una pena que va de los cinco años y cuatro meses hasta los 12 años y medio de prisión. En tanto, el “Patón” Díaz fue sobreseído por fallecimiento y hasta la actualidad se desconoce la identidad de la tercera persona que estuvo involucrada en el asalto y que ingresó a la joyería aquella mañana del 2 de noviembre de 2001.
La hora final
Otro dato que se conoció durante la audiencia de la víspera es que Aráuz, de 75 años de edad, fue asaltado y asesinado entre las 11 menos cuarto y el mediodía de aquel viernes, ya que exactamente a las 10.44 el joyero y ex militar realizó una última llamada desde su celular, según quedó constancia en la sábana telefónica.
Es decir que los delincuentes que lo amordazaron y maniataron con cinta de acetato, y le propinaron una feroz golpiza para que les dijera dónde tenía guardado el dinero y los objetos de valor, ingresaron a la vivienda dentro de ese lapso de tiempo.
Otros testigos
El testimonio de Cavaglia fue el último de los cuatro que se receptaron ayer en la sala de audiencias de la Cámara del Crimen, ya que la Fiscalía y la Defensa acordaron incorporar por lectura algunas declaraciones y otras fueron renunciadas, con lo cual se redujo la cantidad de comparecientes.
Por esa misma circunstancia no fue necesario desdoblar la jornada (en principio estaba previsto continuar el debate por la tarde), aunque la jueza Silvia Saslavsky de Camandone les pidió al fiscal Francisco Márquez y al defensor Antonio Sader que traten de agotar hoy todas las pruebas testimoniales requeridas para avanzar en el proceso.
La audiencia de la víspera se inició apenas pasadas las 9 con la declaración del comisario Fabián Alejandro Gutiérrez, quien a la fecha del hecho estaba trabajando en la División Investigaciones, aunque poco tiempo después pasó a desempeñarse en otra área de la Policía.
Gutiérrez hizo referencia a la tarea funcional que le cupo en aquella primera instancia investigativa, aunque no aportó datos de mayor relevancia.
En segundo turno declaró el odontólogo Eduardo Enrique Livingston, esposo de la también dentista Hilda Amelia Aráuz, una de las hijas del joyero, quien había declarado el lunes, y más tarde hizo lo propio el contador Andrés Néstor López, también yerno del septuagenario asesinado.
Livingston refirió que se enteró del brutal crimen estando en Buenos Aires con su mujer, por lo que decidieron regresar de inmediato.
El profesional relató que fue su hijo Germán Eduardo -por entonces de sólo 19 años- quien encontró el cuerpo sin vida del abuelo al concurrir a la vivienda de calle Santiago del Estero, alertado porque don Felipe no atendía la puerta.
En rigor de verdad, una mujer que habitualmente le llevaba la vianda a Aráuz tuvo que dejársela a una vecina ya que supuestamente no había nadie en la casa. Pero la misma vecina sospechó que algo le había pasado al joyero, ya que su automóvil particular estaba estacionado frente al domicilio.
Fue así que se comunicó con Germán (actualmente de 28 años y de profesión contador), quien tenía una llave con la cual pudo acceder al inmueble. El macabro hallazgo se produjo minutos antes de la llegada de la Policía, que había sido alertada telefónicamente por Cavaglia.
Livingston refirió que su suegro era un hombre muy reservado, que en los últimos meses, previos al homicidio, llevaba una pequeña pistola en su bolsillo y que el motivo de dicha portación era que estaba inquieto porque tenía miedo de sufrir un asalto. Pocos días antes del asesinato una pareja le había robado unos anillos, y en una oportunidad le preocupó la presencia de un desconocido en el pasillo que daba ingreso a la vivienda por una puerta lateral.
Impacto de bala
Por su parte, el contador López señaló que también estaba de viaje al momento del hecho, aunque dijo que a su regreso pudo averiguar que una vecina le contó que había escuchado “como un cuete” (sic) aquella mañana en la que asesinaron a don Felipe.
La detonación fue un disparo de arma de fuego que el propio López detectó en el marco de una puerta, y luego de revisar minuciosamente el lugar (cosa que el día antes habían hecho los investigadores de la Policía Judicial) encontró el plomo de un proyectil en el suelo.
Sin embargo, cabe señalar que Aráuz no recibió ningún impacto en el cuerpo y siempre se especuló que ese balazo habría salido de la pistola que portaba el joyero. El asunto es que dicha arma jamás fue hallada (al parecer la robaron los asaltantes) y por ende no se pudo comprobar el origen del plomo encontrado.
López coincidió con su concuñado Livingston en el sentido de que su suegro “tenía miedo de que le fuera a pasar algo”, y sostuvo que en un mueble de la vivienda había cajones con doble fondo en los que seguramente el ex militar guardaba joyas y otros objetos de valor, e incluso dinero en efectivo.
Cuando la Policía llegó al lugar del hecho, todo el local estaba revuelto y esos cajones ya se encontraban vacíos y tirados en el piso.
“El se defendió, estoy convencido de eso”, relató el contador en parte de su declaración, y agregó: “No era impulsivo, era más bien un hombre calmo... pero la tenía clara”.
En otro momento de su comparendo, López sostuvo que a su suegro “seguramente le robaron; no sé cuánto, porque él era muy reservado y nadie sabía qué cosas de valor tenía, pero no tengo dudas que le robaron”.
Sigue hoy
La tercera audiencia de debate fue convocada para las 8.30 de la presente jornada, oportunidad en la que declararán al menos dos testigos, aunque ayer se procuraba localizar a otros dos que no habían sido encontrados al momento de las citaciones.
Se especula que mañana habrá alegatos y la sentencia quedaría para el viernes, aunque todo ellos dependerá de lo que sucede hoy.
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