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Escribe
Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
El Jardín de la República le dicen. Mal no le queda. Estamos en San Miguel de Tucumán y a pesar del cemento y las estructuras, hay algo en el ambiente que ayuda a percibir un vergel transurbano. Basta con salirse de los límites de la capital, para empezar a darle crédito a aquel viejo y reconocido mote.
Dicho y hecho. Tomando rumbo norte, aparecen las yungas. Una mirada larga alcanza para convencer. Hay selva subtropical. Entre muchas, muchísimas especies florales, surgen jazmines, orquídeas y helechos. El seudónimo con que han bautizado a la provincia está más que justificado.
Sin embargo, el territorio tucumano también disfruta de otras postales que poco tienen que ver con jungla y humedad. Están al noroeste, entre cerros y visuales desconcertantes. Aprovechando esa magnífica diversidad, nos vamos de recorrida.
Yungas
El circuito comienza en Yerba Buena, a sólo 12 kilómetros del centro. Con dar a conocer el designio que le han otorgado los locales, casi ni hará falta describir el panorama. La llaman “Ciudad Jardín”, por su flora, por su aire, por su circunstancia. Un precioso prado se extiende a los costados dando a entender lo que se viene. El municipio se caracteriza por las bondades que regala a la visual, pero también por la variedad de alternativas que ofrece en materia de restaurantes, bares y vida nocturna.
La segunda parada se llama San Javier. Para llegar, se asciende hasta los 1.200 metros, zigzagueando la cintura del cerro homónimo. Desde allí, la impronta del valle corona todas las sensaciones que el viajero venía construyendo desde temprano. Las yungas rugen, dejando ver lo mejor de su repertorio. Luego, el camino se extenderá por otros 100 kilómetros, completando una ruta bendecida de portentos.
Valles
Calchaquíes
Ahora, el rumbo lo dicta el oeste. Llegando a Morteros, la ruta provincial 307 marca el camino a seguir. Cuesta arriba, otra vez rodeados de una selva prodigiosa, tupida y salvaje. El borde de la carretera aporta río, arroyos y algunas cascadas. Nuestro país no reconoce otro camino parecido.
De tanto disfrute llegamos a Tafí del Valle, asediados por un entorno que mezcla la aridez y el verde, con maravillas montañosas atestiguando la escena. El contexto ayuda a relajarse contemplando panoramas surrealistas, perlas del norte argentino. Tanto aquí como a lo largo y ancho de la región, los pobladores le imprimen al contexto su propio ritmo de vida. Paso lento que despierta en su arte, su música y cualquier otra demostración cultural.
La situación se repite en Amaicha del Valle, pueblo indígena que se distingue por conservar viejas tradiciones ancestrales, como el Consejo de Ancianos y el puesto de Cacique. La traza del pueblo diaguita aún late, en una localidad que se niega a defraudar su historia. Esa marca, tan singular y característica, le otorga a los paisajes circundantes un condimento especial. Belleza cargada de significado. Más arriba, casi al límite con la provincia de Salta, las Ruinas de Quilmes aportan más indicios. Relatos escondidos, que en estas latitudes salen a la luz los 365 días al año.
La capital
Tras la travesía, el regreso a San Miguel de Tucumán encuentra al visitante paseando por el centro, admirando los atributos de una ciudad señera. Plazas, iglesias, museos y una enorme cantidad de edificios históricos esperan ser descubiertos. Entre ellos, por supuesto, está la Casa de la Independencia.
Después, sobreviene la retirada definitiva. Nos vamos de esta provincia pequeña en extensión, pero infinita en encantos. Prometemos volver.
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