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Damián Albariño y Antonio Arroyo protagonizaron una intensa historia de aparentes opuestos |
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La obra de “Fresa y chocolate” cuenta con la exquisita astucia de atravesar diferentes líneas de pensamiento crítico sobre la revolución cubana, y con compromiso a su propia causa, dentro de una historia de amor con condimentos cómicos y dramáticos desarrollada por sujetos en apariencia “diferentes”.
Las soberbias y versátiles interpretaciones de Damián Albariño y Antonio Arroyo -actores partícipes de la versión original- expresadas el domingo pasado en La Panadería, recrean la supuesta antagonía entre David, el hijo blanco de “campesino paupérrimo” del interior, militante comunista y estudiante de Letras (aunque acotado en su vocabulario) y Diego, mulato homosexual confeso y demostrativo, intelectual habanero y contrarevolucionario.
Aunque en ningún momento se plantean dificultades cruciales de la isla (como la escasez de recursos graficada en “La Habana de mente o de chocolate”, montada en 2007 por Arroyo en el mismo escenario), se inmiscuyen condiciones como la persecución ideológica y el control sobre el contacto con extranjeros o una férrea prueba de admisión en los contenidos educativos; además del recelo hacia los gays y creyentes.
Pero el amor fraternal y sexual -aunque nunca explícito- que adorna a la pareja, exhibe un acercamiento necesario entre las dos posiciones, como si el autor de la pieza, desde su entendimiento con el manifiesto socialista, les pidiera apertura y compasión. Diego (Arroyo) actúa de voz parlante en este sentido al pedirle a David, antes de partir al exilio: “Como régimen deben solucionar un par de temas: la gastronomía, la burocracia y la soberbia”.
La pieza, que inicia la trama en una heladería (donde Diego pide fresa y David chocolate) cuenta con diferentes referencias a la cultura cubana de la cual el espectador argentino queda un tanto descolocado. Máxime, si Albariño -quien en un momento se anima a un desnudo cuidado- imprime su acento un tanto ampuloso. De todos modos, el disfrute de la audiencia ante una propuesta tan concluyente, ingeniosa y reflexiva, administrada por grandes intérpretes se demostró en el aplauso cerrado en el final. Para volver a verla.
Juan Ramón Seia
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