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El cancionista efectivo plasmó un show a puro oficio |
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Coti, así sin su apellido, arribó a nuestro país con el respaldo ganado de haber agotado una serie de funciones en nueve ciudades españolas.
El cantautor rosarino aterrizó en su tierra natal con el objetivo de consagrar una gira exitosa y clausurar la presentación del disco “Malditas canciones”, que el año pasado le otorgara una nominación a los Premios Grammy Latinos. Pero Roberto Fidel Ernesto Sorokin -su nombre real-, se encontró el sábado pasado con menos de 300 asistentes, varios de ellos con entradas gratuitas, en el Teatro Verdi de nuestra ciudad. Como primera hipótesis se podría plantear que habría una distorsión entre las audiencias locales respecto de las europeas. En segundo lugar, se podría argumentar que el lugar no era el adecuado, ya que era una invitación a un “acústico” en plan intimista y que debía haberse previsto en una suerte de “café concert”.
Pero el diagnóstico preliminar sería aún más simple. Coti es un auténtico orfebre de canciones “gancheras”, nutridas con raptos de ingenio, romanticismo, nostalgia y rima contagiosa. Su prosa lúcida conlleva un sello de marca alineado con los rankings radiales y televisivos. Pero en la actualidad no cuenta con un súper “hit” que sea masticado como chicle por el oyente promedio argentino. Son los riesgos de abrazarse a un mercado que pondera la novedad y lo efímero en detrimento de cualquier trayectoria creativa.
No obstante, el cantante brindó un show para sacarse el sombrero. Acompañado por dos guitarristas, que en ocasiones trocaron por un bajo o guitarra eléctrica, una caja de efectos o un “pedal steel”, Coti plasmó un recorrido por su cancionero homogéneo mediante su voz trabajada y una manifestación del puro oficio artístico.
En el promedio del recital, su guitarra dejó de amplificar en pleno estreno del tango afrancesado “París de tu mano”. Sin inmutarse, se desplazó hacia el filo del escenario y culminó su interpretación a cuerda limpia y “a capella”, provocando el aplauso generalizado. La canción en cuestión, está inspirada en una aventura de Antoine de Saint-Exupéry, el autor de “El Principito” y aviador profesional que en un viaje hacia Chile debió aterrizar de urgencia cerca de Concordia, Entre Ríos, donde se encontró fortuitamente con una familia francesa y en cuya estancia, según las malas lenguas, habría cortejado a la dama. Tras despacharse con los temas nuevos, algunos mechados con obras foráneas como “Free falling” de Tom Petty en “Diamante”, acometió con sus piezas conocidas como “Antes que ver el sol”, el vals/ranchera “Canción de adiós”, “Nada fue un error” y “Otra vez”. Entre medio aportó su perfil más redituable: el de “shadow maker” o compositor en las sombras. Incluyó dos obras que escribió a cuatro manos con Julieta Venegas pero que nunca grabó: “Lento” y “Andar conmigo”, sendos éxitos de la tijuanense; además de la archi conocida “Color esperanza” -ya en los bises- popularizada por Diego Torres, en plan de fogón, canturreada por el público. Se despidió como entró, elogiando el teatro y pidiendo que no se convierta en shopping. Y agradeciendo a los “pocos pero buenos” que habían asistido.
Juan Ramón Seia
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