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Hugo Salvato, el cura de la gente. Edith Vera, la poetisa de la ciudad |
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Escribe: Rubén Rüedi
Las escuelas tienen nombres de próceres, personalidades o fechas históricas, hombres o mujeres destacados en distinto planos de la vida comunitaria o nombres de fantasía.
Desde hace algún tiempo, a la hora de imponer el nombre de una institución educativa, al menos en la provincia de Córdoba, se consulta a la población del pueblo o la ciudad a la que pertenece, lo que es muy saludable para el ejercicio democrático.
Pero hay nombres, impuestos en épocas cuando la ciudadanía era una ausencia, que se establecieron como denominaciones a las casas escolares que hoy avergüenzan a la misma comunidad educativa. O nombres impuestos por rigurosa filiación ideológica con el honrado por tal determinación, más allá de su protagonismo nefasto en la historia. La lista es larga.
Los últimos dos centros educativos erigidos en Villa María recibieron hace pocos días como denominación los nombres de dos personalidades cuyas memorias nos dignifican como sociedad; un hombre y una mujer que nos enorgullecen y cuyo tránsito por la vida dejó una estela de acciones ejemplares.
Ella y él son próceres de esta Patria chica, aunque no hayan protagonizado gestas heroicas. O tal vez sí, depende de con qué parámetros se mida el heroísmo. No hay grandes ni pequeños héroes, hay tan sólo gente que hizo de su existencia un espejo bruñido en el cual la sociedad puede mirarse y sentirse enaltecida por esas vidas que no fueron en vano, que dejaron de ser propias para anidar, eternamente, en el seno de la comunidad y constituirse en propiedad de todos: ejemplos que brillan, en tiempos de espejos rotos.
Vidas derramadas sobre la memoria colectiva, banderas que todo pueblo necesita para marchar hacia su realización comunitaria.
La elección de los nombres para denominar a una escuela -espacio tan sensible para forjar el futuro- determinan el grado que la sociedad ha alcanzado en el nivel de su composición.
En Villa María, ciudad que privilegia personalidades locales en la nomenclatura de calles y espacios públicos, dos nombres enormes lucirán en el frontispicio de los nuevos centros educativos: el jardín de infantes Edith Vera y la Escuela Padre Hugo Salvato.
En su paso por la vida, ella dejó el candor de la palabra pintando de azul la poesía. Pero, además, ella misma fue un todo de belleza, alguien tan querible como su propia escritura. Edith fue palabra, canción, pájaro, metáfora, mundo distinto.
El, transitó los caminos de la miseria, la injusticia, derramando pan desde sus pródigas manos. Alguien amado por su pueblo, uno de los pocos que predicó con el ejemplo.
Hugo, también fue palabra y fue bálsamo en las heridas del prójimo; fue comprensión, solidaridad, bondad, cobijo para las almas desoladas, mundo distinto.
Los dos fueron enormes. Por eso, el jardín de infantes y la escuela primaria que llevan sus nombres tendrán en sus aulas la impronta de la dignidad. Allí se respirará el ejemplo tan necesario para construir, definitivamente, una sociedad azul -como el mar, el cielo, las flores del jacarandá- donde los niños encuentren el nuevo amanecer que les dé la luz necesaria para andar por la vida con la frente alta.
Salud, jardín de infantes Edith Vera.
Salud, Escuela Primaria Padre Hugo Salvato. La ciudad se los merece.
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