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Uno de los espacios más típicos de San Telmo: la plaza, esperando a que pidas una cerveza. En la otra foto, "Caminito", la arteria fundamental de La Boca |
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Escribe: "Pepo" Garay
(especial para EL DIARIO)
Aún con la locura, el ruido y el desconcierto que genera día a día, Buenos Aires se da el lujo de guardar espacios que todavía conservan su mística innata. Poesía y arrabal. Tango y melancolía. Espíritu de una ciudad que se niega a dar por tierra con siglos de identidad y carisma. Tesoros de esta metrópoli que aprieta, pero que no ahorca.
Los barrios de San Telmo y La Boca son acaso los dos máximos exponentes de aquel sello porteño. Bohemios y nostálgicos, susurran al pasar los secretos del asfalto. Anécdotas y una impronta inconfundible, que describen a la capital argentina. A pasitos del centro. Entre la 9 de Julio y el Río de la Plata.
Aquí, San Telmo
La Plaza de Mayo reparte leyenda, rodeada de Casa Rosada, Cabildo, Catedral, Aduana y antiguo Congreso. Es el centro neurálgico de Buenos Aires, terreno reducido donde se concentra buena parte de la historia y el poder político nacional. Sin embargo, lo pomposo del asunto se va desintegrando a medida que tomamos rumbo sur. A unas pocas, poquitas cuadras del despacho presidencial, surge el célebre San Telmo. Nada tiene que ver con movimiento e impronta de gran ciudad. Aquí todo camina más despacio, a ritmo de bandoneón.
Eso mismo nos dicen sus calles empedradas y viviendas antiquísimas, herencia de la época colonial. Techos bajos, pintura gastada, faroleras, destellos de años lejanos. Allí está la Plaza Dorrego, núcleo de la zona. Un enjambre de música, artistas a la gorra y antigüedades. Híbrido de estampas seguidas con interés por los turistas, sobre todo extranjeros, otra de las especies que hicieron del barrio su hábitat natural. El escenario lo completan las mesas al aire libre, y los recuerdos.
Alrededor, una serie de sitios cuentan con motivos de sobra para atraer al visitante. Entre ellos, aparece la Iglesia de San Telmo, el Mercado homónimo, la Iglesia Dinamarquesa, la Casa del Poeta Eduardo de Luca, el Pasaje de la Defensa, el Museo Penitenciario y el Viejo Almacén. Este último es reconocido como un templo del dos por cuatro. Sede de diversos espectáculos, fue concebido por el cantor Edmundo Rivero.
Allá, La Boca
Siguiendo los dictámenes del sur, caminando, llegamos a La Boca. Qué decir de uno de los suburbios más conocidos de Latinoamérica, merced a la traza de su más ilustre residente: el Club Atlético Boca Juniors. La Bombonera, ícono mundial del fútbol, resume penas y glorias de la mitad más uno de los argentinos. Un estadio único, reconocido como teatro del deporte a nivel planetario.
Un manojo de cuadras y Caminito se hace presente. El paseo es otro emblema porteño. Retrato que se repite una y mil veces en postales, cuadros, revistas: paredes de chapa pintadas, tradición, y por supuesto, mucho tango. Una imagen demasiado turística e idealizada, es cierto. Pero que no deja de provocar fascinación al primer golpe de vista.
Son las joyas de Buenos Aires. Oasis en medio de la confusión y el caos ciudadano. Ventanas para evocar épocas distantes, que siempre vuelven.
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