La vida de Carolina y Raquel no fue una fácil faena, aunque sus rostros reflejan la alegría de vivir porque a pesar de las adversidades, sienten que han sido compensadas con el amor de sus hijos.
Estas hermanas comparten y tienen en común una característica: ambas son “madrazas” que además de criar a sus hijos, no dudan en contener, albergar y cuidar a otros.
Empecemos por Carolina Josefa Dutto. Esta menuda mujer de 63 “recién cumplidos”, aclara, quedó viuda con 42 años y cuatro hijos de 18, 15, 12 y 7. Un accidente le arrebató la vida de su esposo y, como pudo, siguió atendiendo el bar, casa de comidas y almacén -todo junto- de Arroyo Algodón, mientras criaba a sus hijos.
Su sensibilidad hizo que no pudiera ser indiferente cuando vio que una familia de la zona rural perdió a la mamá de dos niños de 1 y 2 años, los que quedaron bajo el cuidado del padre que no estaba en condiciones de criarlos, por lo que decidió enviarlos a algún hogar para niños sin familia.
Carolina podría haber pensado que apenas podía con lo suyo, pero no, se hizo cargo. Nadie imaginaba que esta mujer sola, con cuatro hijos, pudiera querer criar a dos más. Pero lo hizo.
Luego, por decisión del padre biológico, la hermanita mayor fue dada en adopción a otra familia y Roberto quedó bajo el cuidado de Carolina y sus hijos.
“Primero me dieron la guarda, después la guarda judicial, pero nunca nos terminaron de dar la adopción definitiva”, relató a el diario la mujer.
Sin embargo, cuando Roberto cumplió los 18 años, se presentó él ante la Justicia para decir que sabía quién era, conocía sus orígenes, pero que decidía llevar el apellido de sus hermanos del corazón.
Fueron años de remar contra un sistema judicial que no preveía esta situación. “Nos decían que no podía llevar el apellido Dutto, porque mi marido había muerto. Pero él quería llevar el apellido de sus hermanos”, relató.
Finalmente, el 8 de octubre de este año, Roberto logró la sentencia que le da el apellido, que es lo mismo que decir la identidad elegida. Desde ese día, es Roberto Luciano Dutto Wenger (ver recuadro).
Carolina no duda en decir que es “una gran felicidad”. Tal vez, sea el premio a todo el esfuerzo que aún hoy sigue haciendo.
“Yo trabajé mucho, lavaba, planchaba, cocinaba para afuera para mandar a todos a la escuela. Fueron a los Trinitarios, siempre pagué las cuotas y no le pedí ayuda a nadie”, dice, orgullosa del resultado de su esfuerzo.
Está orgullosa también de cómo son sus hijos. “Vivo tranquila económicamente gracias a la ayuda que me dan ellos que son estudiosos y trabajadores, porque yo no tengo más que esta casa y una pensión de mi marido”, dijo.
Hoy, comparte su vida con actividades laborales (sigue cocinando para otros) y el cuidado de los nietos, que entre los biológicos y los del corazón, suman nueve, además de seguir disfrutando de Roberto, con quien vive y comparte cada alegría y tristeza.

La hermana, por el mismo camino

Raquel de Isaía tiene el mismo perfil de madre protectora que Carolina.
Ella tiene hoy 72 años -los que no aparenta ni por aproximación- y después de criar a sus hijos (2), hoy ya grandes e independientes, decidió ayudar a hijos de familias de la zona que conoció tiempo atrás.
“Estoy contenta porque viven conmigo dos chicos. Uno de Carrilobo y otro de Los Zorros. El más chico, está terminando ahora el secundario en la escuela del Trabajo (IPEM 49), y el más grande, va a la Universidad”, dijo.
Su casa tiene calor de hogar, con adornos en tejidos al croché que ella misma hace “si el brazo me lo permite” y está contenta con tener a su cuidado a estos jóvenes a quienes les cocina y les lava la ropa “porque son muy buenos chicos y hay que darles una mano para que estudien”, dice.
Le preguntamos si heredaron de su madre esa vocación de madrazas y las dos coincidieron en señalar que no. “Antes era diferente, nuestra madre fue una gran mujer, pero no era protectora. Hizo como pudo”, afirmaron.
Tal vez, haya más historias como las de Carolina y Raquel, pero en ellas quisimos hacer el homenaje a todas las madres en su día.
¡Felicidades!