Escribe: Rubén Rüedi
En vida se demuestra el amor. En vida los gestos de grandeza. En vida se honra a la vida. No en la muerte. No el día después.
La muerte no otorga derecho a ser deudo de quien se fue enemigo, a quien se descalificó, a quien se hirió sin medir la profundidad del dolor que se causaba, a quien se combatió con malas intenciones, con las armas de la infamia y la diatriba.
Por eso, las muestras de pésame expresadas por ciertos personajes de la política argentina ante la muerte de Néstor Kirchner se parecen a las lágrimas del cocodrilo que lo que manifiestan no es justamente pesar.
La hipocresía atraviesa todos los órdenes de la vida y en la política, donde todo se potencia, adquiere ribetes de cinismo. Ante la muerte de alguien a quien se le ha deseado justamente eso -la bajeza humana alcanza esas honduras- es mejor callar que pavonearse expresando un dolor que no existe.
Así como alguien escribió “Viva el cáncer” en una pared de Buenos Aires mientras a poca distancia de allí agonizaba Eva Duarte de Perón, hace poco tiempo la líder de la oposición virulenta expresó en los medios de comunicación, sin ruborizarse, “La gente lo quiere muerto”, mientras el conductor de la transformación argentina atravesada sus problemas cardíacos.
Y allí está muerto, el hombre que nos devolvió la dignidad nacional rompiendo el síndrome del colonizado, cuyo efecto paraliza todo atisbo de cambio y legitimando los sueños que atravesaron a varias generaciones de argentinos.
Después de Perón no hubo otro líder que despertara la fuerza de las convicciones como motor del compromiso político, con decisión en cuanto a las postergadas transformaciones sociales. Kirchner restauró los valores, no sólo del peronismo, sino de la política como instrumento excluyente para elevar las condiciones de vida del pueblo.
La imagen del entonces presidente de la Nación ordenando al jefe del Ejército el retiro de las imágenes de Videla y Bignone del Colegio Militar, signó el fin de la impunidad de la que gozaban los genocidas de la última dictadura, marcó el inicio de un nuevo tiempo y fue, a su vez, un llamado de atención para los sectores de los privilegios sustentados en la postración argentina. Entonces comenzó la famosa “crispación”, la violencia verbal -embrión de la otra violencia- y el odio clonado de las décadas del ‘40 y ‘50 representado por los mismos actores de entonces, con otros rostros pero similares arengas.
El ex presidente murió a los pocos días de anunciarse en el país el debate de una de las leyes más trascendentales de su historia, tal vez; la más humanista y cristiana: la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas.
A pesar de los agoreros y sombríos tarotistas del futuro argentino, la fuerza de las ideas cobrará altura desde las profundidades del dolor hasta materializar la grandeza nacional. Entonces, Néstor Carlos Kirchner, inspirador de este proyecto, alcanzará la dimensión que la historia le otorga a los próceres.
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