Escribe: El Peregrino Impertinente
Un amigo volvió de Estados Unidos hace poco. Me contó todo lo que hizo, los lugares que conoció y me entraron unas ganas locas de irme hacia aquellos lares. Yo nunca he podio realizar el viaje; hay una serie de obstáculos que me lo impiden. La mayoría son verdes, tienen la cara de algún viejo imperialista en la portada y cotizan a la suba.
Lo cierto es que me seduce una travesía en tren que cruza el país de este a oeste, desde Nueva York a Los Angeles. Son como cuatro días de marcha, en los que el turista recorre los intestinos de la nación norteña. De paseo por el centro del país, llega a intimar con el Estados Unidos profundo. Allí viven quienes en la jerga popular son conocidos como “Rednecks” (cuellos rojos), forma despectiva que hace alusión a su carácter rural y sumamente conservador.
A través de la ventanilla, el viajero queda encantado viendo los locales para comer hamburguesas y lucir sus sombreros de cowboys. Y disfrutar de sus deportes favoritos: el fútbol americano, el béisbol y el tiro al mexicano, modalidades Guadalajara, Oralemanito y Chingatumadre.
Luego de la agringada etapa, el convoy ingresa al estado de California. La última parada es la estación de trenes de Los Angeles, mucho más apropiada para este tipo de viajes que la estación de ómnibus de Los Angeles. Dicen que una vez allí conviene visitar Beverly Hills (donde reside gran parte de los actores de Hollywood), y mearle la casa a Tom Cruise. Después, uno se retira campante, contento de haber vivido una experiencia maravillosa.
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