Escribe: Pepo Garay Especial para EL DIARIO No es el destino soñado. Lejos está de parecerse a un paraíso terrenal, con paisajes de ensueño y maravillas de ocasión. Pero hay algo en su contradictorio perfil que tienta al viajero. Cosas distintas, curiosas, incómodas. Que gustan y no tanto. Pero que están para ser dichas. Maputo es la capital de Mozambique. Está ubicada bien al sur del país y, por lo tanto, bien al sur de Africa. Sobre la costa este, de cara al océano Indico. Tiene un millón de personas que la habitan, la disfrutan y la sufren. Y que cada día salen a dotarla de color. Es la metrópoli más grande del país. A pesar de sus dimensiones, se mueve despacio. Por su fisonomía remolona pocos sospecharían que aquí se manejan los destinos de 22 millones de almas. Pero para hablar con propiedad habrá que caminarla. Avenida Carl Marx, recorte por Ho Chi Minh, de ahí por Vladimir Lenin, hasta avenida Mao Tse Tsung. Luego embalar por Salvador Allende y buscar Samora Machel. Las calles de Maputo gritan la impronta socialista del país, con su comunismo y sus revoluciones del pasado. Hoy Mozambique es tan capitalista como cualquiera. Pero el espíritu de aquellos años aún se resiste a desaparecer. Ventana a la historia En la década del ‘60, el Frente de Liberación Mozambiqueño (Frelimo), lanzó una guerra de guerrillas buscando acabar con la colonización portuguesa. Tras varios años de batallas y sangre vertida, la nación obtuvo su independencia. No hubo tiempo para festejar. Una cruenta y dolorosa guerra civil azotó al país desde entonces hasta 1992. El espanto se cargó millones de muertos y el semblante feliz de la Patria recién nacida. Las consecuencias de aquellos días sin sol están marcadas en las ropas de Maputo. Se distinguen en algunos edificios agrietados y calles apolilladas. Pero sobre todo en el sentir de los miles que no tienen pan para llevarse a la boca. Sin embargo, la mugre y el abandono conviven con restaurantes y pujantes comercios que también ayudan a describir Mozambique. En los últimos años, esta tierra cálida y desfachatada se convirtió en uno de los países con mayor crecimiento del mundo. Cuesta creerlo, sobre todo al ver la precaria forma de vida que llevan muchos. Pero para quienes han pasado aquí décadas enteras, el cambio es indiscutible. Lo jura y perjura el Maputense, católico o musulmán, en portugués o en xichangana, el otro idioma principal de la región sur. Mucho para conocer Con nuevos bríos salimos a la calle para ver que la capital, además de su carácter exótico, ostenta sitios de belleza. La costanera no es Puerto Madero, pero en sus palmeras y otros detalles tropicales encuentra argumentos de peso para atraer al turista. Hay un mar que extiende el azul, una arena que brilla y decenas de pescadores que buscan uno de los alimentos básicos de la dieta nacional. Alejándose de la ciudad, avenida da Marginal ofrece un buen repertorio de playas. Para obtener aún mejores postales conviene llegarse a la isla de Inhaca, a sólo 20 minutos de barco, famosa por sus magníficos corales y su entorno privilegiado. Ahora, vuelta a núcleo urbano para disfrutar el atractivo de las calles céntricas y el sello local. Apropiada es la ocasión para recorrer algunos sitios de interés, como el puerto, el Mercado Central, la Catedral, la Fortaleza de Nossa Senhora da Conceicao y la Plaza de los Trabajadores. En esta última se encuentra la estación central de ferrocarriles. El precioso edificio refleja lo más característico de la arquitectura portuguesa, estilo multiplicado en el resto de la capital. Por tanta sorpresa y sentimientos encontrados. Por dar lo que uno vino a buscar. Maputo cumplió con creces.
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