Por Américo Tissera
“…………………….
Pilchaje e’ pobre
cinto pesau
Baraja y hueso
y un medio rezo
pa algún finau
…………………….”
(De “Galpón de ayer”, milonga)
Carrilobo, boliche de las cuatro esquinas en el camino a Sacanta. Año ¿193…?
El hueso bailoteó unos segundos en el cuenco de la mano derecha del paisano que entrecerrando los párpados, tanteó su peso, al mismo tiempo que adelantaba su pie izquierdo y doblaba la pierna derecha en una suerte de genuflexión. Silencio. Los ojos de los presentes siguieron con la respiración contenida la línea parabólica que dibujo la taba antes de clavarse en el suelo. Primero fue el murmullo de aprobación y luego una exclamación de triunfo se elevó entre los parroquianos que seguían con atención el juego. Pedro Mijo observaba los pormenores del partido, con un vaso de vino en la mano. El Sargento -tal apodo de don Manuel Fonseca, el bolichero- entró a la casa llevando un farol encendido en su derecha. De la ventana de la cocina, la luz de una lámpara a querosén, se abría paso entre las grietas y rendijas de la madera, junto con los delgados hilos de humo con que se filtraba el olor a fritura. El sol era apenas una media moneda de oro que doraba los campos con pintura anaranjada del crepúsculo. Los comentarios, con la salpicadura de alguna que otra interjección, se elevaban y giraban en el aire con los pormenores del partido. La oscuridad empujaba, borrando lentamente los árboles distantes, y haciendo visible un pequeño rosario de luces que a la distancia denotaban la presencia del pueblo. El partido se dio por terminado y los parroquianos entraron, entonces, al boliche a continuar con los comentarios del partido. Cerca del aljibe, un penacho de humo se retorcía desde un fogón, que lengüeteaba sus primeras llamas bajo el enrejado de una parrilla…
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