Escribe: Franco Sampietro (*)
Especial para EL DIARIO
"Tan de veras espantoso
como la palabra familia
pronunciada por el último
esbirro de la noche"
J. M. Caballero Bonald
Alguna vez Roberto Bolaño dijo que el sueño de Mario Vargas Llosa era que lo nombraran embajador de España en Lima, sarcasmo que se refería a la impresión esperpéntica que le había causado conocer al prestigioso escritor peruano personalmente. Por ese mismo tiempo Vargas Llosa había adquirido la nacionalidad española y escribía sistemáticamente artículos en el periódico El País de Madrid y otros medios que eran, y son, la quintaesencia del establishment y el pensamiento reaccionario ibérico. Pues en efecto, ¿qué representaba el novelista andino para la "inteligentzia" de España?: era un autor famoso que, amparado en una supuesta ética de clase, y por lo tanto, de distinción, mediante una hipotética mirada distanciada y entomológica escribía maravillosas historias que no generaban controversias políticas. Tan distinta esa mirada a aquella otra explicativa y cercana, de tratamiento directo y desde adentro de sus libros Los cachorros o La ciudad y los perros, de sus comienzos. Era, en suma, el arquetipo del escritor que renuncia al compromiso con la realidad y con su propia escritura, a cambio de una carrera profesional llena de éxito y de premios.
Y no hace falta remitirnos a su vergonzosa posición sobre la guerra de Iraq y la posterior explotación mediática que él y sus patrones del grupo Prisa hicieron de la misma, mediante bien pagadas crónicas que en España (donde la sociedad estaba en masa contra la invasión) funcionaron como auténticos trofeos de guerra.
Tampoco sería imprescindible recordar la fundación del Frente Democrático (Fredema) peruano, un pastiche conservador y neoliberal entre reganiano y thatcherista con el que se enfrentó a Alan García y trató de alcanzar la Presidencia, defendiendo un programa político y económico tan antisocial que, de puro rechazo, abrió las puertas al indeseable populista Alberto Fujimori. ¿Cómo puede una persona que opta a la Presidencia de su país con el fin de implantar las recetas más nocivas del FMI y del liberalismo caníbal, pretender que su obra no se contamine con semejantes actos?, ¿cómo puede este hombre aspirar a una literatura y un arte desligados de cualquier compromiso con las tensiones y los conflictos que constituyen el mundo real?, ¿debemos suponer, entonces, que el compromiso con la elites, la industria editorial y el lucro no contaminan la literatura?
"Cartografías de las estructuras del poder" e "imágenes vigorosas sobre la resistencia individual frente al poder" son los argumentos de la Academia Sueca. Pero, ¿es esto realmente así?, ¿es el individuo la medida de la Historia?
Como es sabido, las posiciones subjetivas respecto a la realidad son el reflejo del tipo de compromiso -racionalizado o no- o los intereses ideológicos y materiales de una clase o grupo social, cualquiera fuera, o bien sus mundos simbólicos subyacentes. Hablamos de la posición subjetiva desde la que se realiza el acto de escribir, que en el caso de Vargas Llosa iría de un narrador predominantemente dialógico y dialéctico -en sus primeras obras- a otro de tipo unívoco y autoritario, coincidiendo con el giro copernicano en el objetivo mismo de su escritura. Resumiendo, este iría desde el intento mismo de determinar las claves de la realidad material, social, política e histórica, hasta la reducción cada vez mayor de esa realidad, que pasa de lo social a lo individual.
Su signo más llamativo es una palmaria deshistorización de los hechos narrados. Así, por ejemplo, en La guerra del fin del mundo, que trata del levantamiento realista de los campesinos liderados por Antonio Conselheiro, ¿por qué ese tratamiento degradado del personaje del intelectual Euclides da Cunha?: convierte una materia compleja en un simple best seller. O en La fiesta del chivo, donde el papel clave jugado por EE.UU. en la dictadura dominicana del general Trujillo queda efectivamente ausente. Hace unos años Belén Gopegui escribió (Literatura y capitalismo) al respecto lo que sigue: "Conviene que quien en su día defendió la literatura como una forma de insurrección permanente, y hoy está claramente al servicio del llamado neoliberalismo, escriba una novela sobre una dictadura latinoamericana. Conviene que se trate de una dictadura antigua, sobre la que ya se hayan cerrado teóricamente las heridas. Conviene distanciar esa dictadura de los Estados Unidos lo más posible aunque sin incurrir en mentiras gruesas puesto que ya hay hechos que son de dominio público (...) convirtiendo cualquier acto de resistencia en fruto de la inquina o la venganza personal. Se le sugiere, puesto que al fin y al cabo no le llevará mucho trabajo, haga de un personaje cercano a Trujillo un simpatizante de Fidel Castro. Alguien particularmente abyecto, por ejemplo del jefe de la policía política, el máximo torturador. Si la verdad histórica dice que ese hombre formó parte de una operación encubierta de la CIA contra Fidel Castro no lo mencione, en este caso no es demasiado conocido".
Hasta se podría aventurar un punto de inflexión en su obra: a partir de Conversación en la catedral. Desde ahí, comienza a perder fuerza y sentido del compromiso tanto con la propia literatura como con la realidad. Se vuelve, poco a poco, a medida que gana fama, un remedo de sí mismo que muestra las llagas de puntual converso, un penoso personaje de la feria cultural congraciado con los dueños del circo y recalcitrante en su ideología. El Nobel no es más que el pago final a su servicio diferido en el tiempo.
(*) Villamariense radicado en Barcelona, España
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