Aún hoy recuerdo los días, allá a comienzos de 2003, cuando en debates de trabajo hablábamos con preocupación -y hasta con temor- del futuro de la Patria. Argentina había sido saqueada y devastada por el neoliberalismo menemista de los ‘90. La Alianza que dio continuidad al proceso, con su ineptitud profundizó la crisis. Ambos gobiernos estuvieron atravesados por la matriz económica diseñada por Cavallo, estrella de la oligarquía y tótem de los grupos económicos foráneos. La Argentina estaba hipotecada y con ella, el futuro de las generaciones presentes y futuras.
Como a un bicho raro, la sociedad veía a un flaco de estrabismo crónico, y en él la posibilidad de impedir que el innombrable riojano y el Buldog del “Chupete” llegaran al poder para terminar de rematar, esta vez ya no el patrimonio, sino al pueblo. Sí, ese mismo flaco al que “Méndez” privó de una victoria contundente en la segunda vuelta electoral. Como dijo un amigo, “no salió a jugar el 2º tiempo, olfateando la goleada”. El 25 de mayo de 2003 pasó a ser una fecha inolvidable para muchos de nosotros; los que criticaban el saco desprendido y el bastón enrevesado intuyeron rápidamente que esta vez llegaba a la Rosada alguien que no iba a dejar sus principios en el umbral, lo que llevaba a colegir que los intereses del país y del conjunto iban a estar por encima del rédito particular.
Basta comparar cualquier índice económico o social de aquel momento con los de hoy para saber que hemos avanzado. Lejos, muy lejos estamos en Argentina de las consecuencias que nos dejó la experiencia neoliberal: más trabajo, mejores salarios, menos indigencia, más jubilados, descenso de la mortalidad infantil, aumento del consumo, reducción de la deuda externa, ninguna ingerencia del Fondo Monetario Internacional, ni un solo Plan de Ajuste, Ley de Financiamiento Educativo, superávit comercial y fiscal, solidez monetaria, integración y liderazgo regional junto a los hermanos de Latinoamérica (Unasur - Mercosur), para nombrar sólo cosas que me vienen a la memoria.
Atrás quedaron el corralito, el corralón, el desempleo de más del 20%, los planes de ajuste, las reducciones de haberes, los saqueos, los remates de tierras y viviendas, las leyes flexibilizadoras, los recurrentes préstamos externos que nos asfixiaban, la Corte adicta y la impunidad de los genocidas. Néstor demostró (y nos dejó) el valor de política como herramienta de cambio social, posible, prudente, pero a su vez firme.
Contrasentido si los hay. Los que más ganaron en pocos años, más lo combatieron. Basta recorrer nuestras pampas y percibir como se multiplicaron las riquezas de los dueños de esos campos. Quizás, como dijo un productor del interior cordobés al pie de su féretro, “la historia hará justicia”. Pero sin hipocresías ni ironías, falta mucho por hacer, es momento de “pico y pala”, para no quedarnos a mitad de camino. No es la presidenta la que está en riesgo, sino nuestros hermanos, nuestros hijos y nietos… nuestro pueblo. Me refiero a ese colectivo, ese sujeto histórico que no quiero verlo retroceder. Junto al dolor de la pérdida física que nos emociona está el sentimiento de que pueda ponerse en riesgo la continuidad de este proyecto político, pero fundamentalmente su profundización.
Si no lo hicimos, reflexionemos; es absurdo pensar que desde los intereses individuales, la conveniencia sectorial y la soberbia de clase que expresan los Macri, el Grupo Clarín y los Biolcatti y Cia., se construye una sociedad justa. Esos no piensan en los pobres, aunque le hayan regalado una vaca a Raúl Castell, ellos tienen “la vaca atada”.
Si sólo hacemos un abordaje de la realidad desde el propio interés y consideramos a éste parte del bienestar general, difícilmente podamos coincidir...
El desafío es estar convencidos de que la justicia social se construye. Que podemos, más allá de lógicas y necesarias diferencias, creer que es absolutamente posible que cada hijo de esta tierra nazca en dignidad y viva en igualdad de oportunidades para crecer y desarrollarse. El Encuentro Villa María por el Proyecto Nacional, se afirma en esa convicción y abre a los villamarienses, particularmente a los jóvenes que se hayan sentido convocados por esta renovada participación política, a asistir a nuestras reuniones. La muerte de Kirchner nos permite inscribir en la historia argentina un gran ejemplo de actitud comprometida, militante, consecuente, que merece ser replicado.
Reducir la política y la participación en la cosa pública a visiones oscurecidas de nefastos personajes que cohabitan en todas las fuerzas políticas, es una visión muy corta. O dicho de otro modo, es la manera de vaciar de sentido aquello que se construye colectivamente, y ese es el discurso (y la acción) de los que sólo defienden intereses personales.
Quizás la mayor virtud del kirchnerismo ha sido la de revolucionar más las conciencias que las estructuras puramente materiales, pero es nuestro desafío que esa transformación se profundice y no muera jamás.
Cómo expresaba la multitud en plaza de Mayo el pasado 28 de octubre, hace apenas quince días, Néstor con Perón, el Pueblo con Cristina, hasta la victoria siempre.

Prof. Carlos Andrada
concejal de la ciudad