Escribe: El Peregrino Impertinente
Singapur es una ciudad-estado ubicada al sur de la Península de Malasia, en el sudeste asiático. Tiene una superficie total de 707 km2, es decir, menos de una séptima parte del Departamento San Martín. Esta particularidad ha hecho que muchos de los turistas que arriban al país digan: “Al final nos hicimos 347 mil kilómetros para llegar hasta acá y resulta que es más chico que la mierda”. Los locales, en lengua bahasa, (de mala leche que son, porque el idioma que más hablan es el inglés) retrucan: “vilafor del ezka trales, mañeca Romario, Dunga, otario”, que significa: “y sí, hubieran investigado algo por Internet antes de comprar los pasajes. Qué salames”.
Pero amén de aquello, Singapur se destaca por su empuje económico. Es uno de los lugares más prósperos del mundo, y entre sus casi cinco millones de habitantes no hay un pobre. Muchos aseguran que el esplendor de la nación se explica en un sistema administrativo ultraorganizado, amparado en un estado fuerte, que de democrático tiene poco y nada.
Con ese talante cuasi autoritario que lo caracteriza, el Gobierno local ha promulgado leyes bastante curiosas. Una de las más destacables es la que prohíbe mascar chicles. Las autoridades argumentan que la goma de mascar ensucia y afea calles y otros espacios públicos, merced a sus características ciertamente pegajosas. Los locales se lo tomaron con soda, pero el que anda de los pelos es Joe Bazooka, quien todavía se pregunta que va a ser con los millones de chistes y horóscopos que escribió en bahasa.
“Mirá vos, encima que tiene el tamaño de Villa Concepción del Tío, no me dejan comer chicle”, salta enfurecido el visitante. Tampoco él se explica porqué más de 10 millones de turistas visitan Singapur cada año.
Otras notas de la seccion El Diario Viajero
Una alternativa a Puerto Madryn
Lo árido y lo verde haciendo magia
Mortadela estaba el mar
La gran maravilla de Oceanía
Ver, sentir y admirar
|