Con el pómulo enrojecido, lágrimas en los ojos y abrazando a sus cuatro hijos llegó a EL DIARIO.
Pensó que tal vez, entre las paredes de nuestra Cooperativa, podía ser escuchada. “Fui a hacer la denuncia, me dijeron que viniera aquí... No sé a quién recurrir. Nadie me da una solución.”
Fueron sus primeras palabras ante la periodista. Luego, contó su historia concebida entre páginas dramáticas de violencia familiar.
La escuchamos. Dejó sobre la mesa varias hojas con denuncias en contra de su ex pareja. Mostró una resolución del Tribunal ordenando la “restricción de acercamiento e impedimento de contacto” entre las partes en conflicto y expresó: “El no cumple la orden de restricción y nadie hace nada.”
Para preservar la integridad psicológica y física de la denunciante, es que mantendremos los nombres de ella y su ex concubino en reserva.
Ella vive en Villa Nueva, tiene 36 años, cuatro hijos de 11, 10, 8 y 2 años y 9 meses. Se gana la vida como empleada doméstica y no le alcanza. Está a punto de ser desalojada. Su ex, cobra la asignación familiar por los hijos y, según cuenta la joven, “no le da nada”.
Esto es un capítulo de su presente. Ella piensa que va a salir adelante. El otro capítulo, es el que la tiene transitando por la cornisa del pánico y la incertidumbre.
El tiene 37 años, trabaja en un negocio y no está ya con ella.
“Convivimos durante diez años. Hace cuatro años abusó sexualmente de mí, me embarazó para que no lo dejara. Fui a hacer la denuncia por abuso y me dijeron ‘si estuviste tantos años con él para qué te resistís’”. Otra vez, el llanto.
Una caricia a la cabeza de la nena más pequeña que la abraza y la besa colgada de su cuello.
“Me golpeaba por cualquier cosa, empezó a tomar mucho y empezaron los golpes. Recién operada de apendicitis, porque no podía lavar la ropa, me levantó de la cama y me arrastró de los pelos hasta el patio.”
Hace una pausa. Mira hacia el techo como buscando explicaciones. Sus hijos escuchan en silencio.
“La primera denuncia la hice el 3 de marzo de este año, fue cuando la Policía lo sacó de la casa, pero él siguió yendo, siguió golpeándome.
El 12 de abril salió la restricción, a los pocos días fue a la casa y me intentó ahorcar adelante de los chicos...”
"Una leona"
Seca su rostro con las manos y sigue. No quiere tomar agua ni café. Sólo quiere hablar.
“El 20 de setiembre intentó matarme, me defendí con un cuchillo que había sobre la mesa. Si no no estaría aquí.
La Justicia me dice que piense antes de hacer algo porque los chicos se quedan sin madre. Pero, si él me mata también se quedan sin madre.
Dicen que soy una leona para defenderme. Claro, para defender la vida de mis chicos voy a ser más que una leona. No quiero actuar por cuenta propia, pero si la Justicia no me da seguridad ¿qué hago?, ¿espero que me mate?”
La pregunta, apenas se sostiene en el aire. Su cuerpo pequeño adquiere volumen cuando nombra a los niños.
“El dice que en este mundo no podemos estar los dos. Hoy por hoy, los chicos me tienen pero no sé... Hace dos días me habló bien pero hoy (por ayer) me aseguró que me iba a dar el dinero de la asignación por los hijos que cobra él, para pagar el alquiler y me llevó hasta la esquina de su casa.
Allí me estaban esperando su mujer actual y otro hombre. Me sacaron la bici de las manos y me empezaron a golpear todos. Me amenazaron de muerte.”
"Un tour por Tribunales"
Queda en silencio, unos minutos. Intenta esconder las lágrimas pero se escapan de sus ojos empapando sus mejillas.
“Hice denuncias en la Policía de Villa Nueva, en el juez de Paz, en Violencia Familiar. Cada vez que voy a Tribunales tengo que hacer un tour. Me mandan de un piso a otro, yo no tengo los mismos tiempos que ellos. Yo no tengo tiempo.”
En ese instante, recuerda los casos de violencia familiar que han conmovido al país en los últimos tiempos.
“Si no me defiendo, no estaría acá”, susurra.
¿No tenés familia que te contenga?, fue una pregunta tirada así, de pronto.
“Mi familia está en Buenos Aires, mi padre es hipertenso, no puedo contarle lo que estoy viviendo. Y tengo un sobrino, no sé como reaccionaría si sabe lo que estoy pasando. No puedo contarles.
Tampoco puedo irme. En Tribunales me dijeron que si me voy, corro el riesgo que me acuse de secuestrarle los hijos. Te das cuenta, me ponen reglas a mí. Y a él, nadie le pone reglas. No sé qué hacer...”
Fue la frase que dejó picando, en busca de alguna solución.
Fue, a la vez, un ruego, un dramático pedido de auxilio a las autoridades, al Estado, a sus vecinos (que la “ayudan mucho”), a Dios, a quien corresponda.
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