Escribe: Jesús Chirino
Continuando con los comentarios acerca de las publicaciones que hizo el diario local Heraldo, en los años ‘30 del siglo pasado, mediante el servicio de Gente de Prensa, en esta oportunidad nos referimos a una de las plumas que sumó su prestigio a ese medio. Se trata de Enrique González Tuñón del cual recordamos algunos datos biográficos y mostramos algo de sus letras en Heraldo.
Familia obrera
En más de una oportunidad la vida y obra de Enrique González Tuñón han sido opacadas por el inmenso trabajo literario y militante de su hermano Raúl. Enrique nació en 1901 en el barrio de Once en Buenos Aires, cuatro años antes de Raúl, en una familia que sumaría siete hermanos. Sus padres fueron emigrantes españoles de origen obrero. El comprometido socialista asturiano Manuel Tuñón fue el abuelo materno y Estanislao González, su otro abuelo, fue un aventurero que se quedó en España. Sobre él y sus andanzas, los poetas hermanos, en sus infancias, escucharon desopilantes anécdotas.
Acerca de su hermano Raúl supo decir “…leía ávida y desordenadamente, como yo, desde la niñez. Citaba a menudo a Quevedo, el de El Buscón, a Dickens, Chéjov, Bret Harte, Gorki, el Payró de El casamiento de Laucha, y a Angel Ganivet, Lord Dunsany, Charles Louis Philippe, Rafael Barret, Mansfield, Zola… Manejó el idioma madre plena y hermosamente cuando fue necesario, mas detestaba a los cursis que pretenden abolir el uso del che y el vos, hasta en el íntimo dialecto de lo familiar. Con igual señorío utilizó las derivaciones populares porteñas en la lengua”.
Los primeros pasos de Enrique en la que sería una fructífera labor periodística fueron dados en el semanario El Noticiero, luego vendrían las revistas Caras y Caretas y, en el año 1924, las colaboraciones en Proa y Martín Fierro. Aquí de nuevo convocamos la palabra de Raúl González Tuñón cuando describió esa etapa de su hermano: “En 1922 comenzó Enrique su carrera periodística en un semanario llamado El Noticiero. En 1923 colaboró, y yo también, en la revista literaria Inicial, y en la popular Caras y Caretas. Al siguiente año adherimos al movimiento martinfierrista, o de Florida, colaborando en el hoy legendario periódico Martín Fierro, en la revista Proa, de Ricardo Güiraldes. Aquí publicó Enrique sus notables imágenes de Brújula de Bolsillo, y en el periódico sus epitafios fueron los más mordaces durante la guerrilla literaria”.
Este comentario del poeta sobre su hermano nos refiere las notables imágenes de Brújula de Bolsillo que Enrique escribió en Martín Fierro, cuestión que nos lleva a la columna que, con el mismo nombre, escribió para el diario local Heraldo mediante el servicio de Gente de Prensa que había contratado el vespertino villamariense.
Desarrolló una obra literaria de difícil clasificación, que no pocos han situado en una zona intermedia entre los preceptos de los famosos grupos de Florida y el de Boedo. Trabajó en el diario Crítica, entre los años 1925 y 1931. Allí desarrolló una importante tarea escribiendo sobre el mundo del tango, una pasión que ocuparía muchas páginas de su obra. En el ‘31 escribe en Noticias Gráficas y en el suplemento cultural de La Nación. Al año siguiente agrega, a sus libros ya publicados, El tirano y la Cruz del Círculo. El primero de éstos puede leerse como una crítica al tirano que entonces estaba en el poder, Félix Uriburu. Al año siguiente publica la que quizá sea su contribución más lúcida a las letras argentinas, el libro Camas desde un peso, donde refleja la crisis iniciada en el año ‘30. Para 1933, cuando se inició su colaboración en Heraldo, publicó los libros Las Sombras y la lombriz solitaria y El cielo está lejos. Vendrían algunas obras más, y su gran contribución al periodismo, pero la muerte lo llevó demasiado temprano. Aquel hombre cuya pluma pintó la realidad de los que menos tienen, los menos favorecidos en el reparto que organizan los que se llevan la gran tajada, murió en la ciudad cordobesa de Cosquín cuando los almanaques marcaban el año 1943.
Aquí recordamos algo de lo que Enrique, haciendo referencia a hechos de época, publicó en Heraldo cuando transcurría la dura época de los años ‘30. Los villamarienses de entonces, gracias al servicio de Gente de Prensa, en un diario local leían cosas como las del recuadro:
Tacos de goma
Este hombre no quería comprometerse jamás y andaba con tanto cuidado al hablar que no hacía el menor ruido como si pensara con tacos de goma en la cabeza.
La última voluntad
del erudito
“…y quiero que me coloquen en el tercer estante de la biblioteca”
Permiso precario
Este hombre que andaba por la vida con permiso precario del sepulturero, leía ávidamente los avisos fúnebres con el tremendo temor de ver su nombre junto a la crucecita, como una orden perentoria e inobjetable de rotar a la fosa.
Portación de armas
También en Venezuela existe el delito de portación de armas. También allí, el arma del delito por el cual zampan en la cárcel durante 30 días a cualquier ciudadano, es un arma misteriosa, invisible. Pedro Páez Rivero estuvo encerrado dos años consecutivos por el delito de portación de armas. Lo detuvieron en 1932, al penetrar en su casa. Desde entonces, cada treinta días recuperaba la libertad, pero al salir de la cárcel lo detenían nuevamente bajo la inculpación de haber cometido el mismo delito. Como el asunto se prolongaba demasiado, Páez Rivero decidió evadirse y, felizmente, lo consiguió, logrando cruzar la frontera.
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