Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO

El discurso oficial en materia turística, asegura que sólo hay una de forma de acceder vía pedestre al mítico templo de Machu Picchu, en la provincia de Cusco, al sur de Perú. Esto es, a través del famoso camino del Inca, un recorrido guiado de 4 días, con todo incluido, y sólo accesible a partir de un bolsillo abultado y una reserva de varios meses de anticipación.
Básicamente, dicho mensaje es una patraña. El mismo sentido común lo torna inverosímil. Resulta hasta ridículo pensar que la civilización incaica, con su nivel de desarrollo y organización, pudiera haber establecido tan sólo una ruta de acceso al templo sagrado. Si bien el ingreso al lugar estaba restringido a los miembros de las castas más altas de la sociedad, éstos llegaban desde los más diversos puntos del territorio. Así, para arribar al tesoro indígena se hacían necesarios otros recorridos, senderos alternativos. Tales caminos, camuflados por el paso de los siglos, recién han sido descubiertos por los viajeros de nuestro tiempo en los últimos años. Este es uno de ellos.

El potencial del paisaje

La ruta en cuestión arranca en la localidad de Santa María, ubicada a 12 horas en bus de la ciudad de Cusco. Para comenzar hay que caminar un par de horas por una carretera perdida, para luego empezar a sortear las arterias de la montaña. Allí el paisaje brinda todo su potencial: cerros imponentes, ríos que se dispersan, diáfanos horizontes. Y lo mejor de todo: una vegetación exuberante, donde el verde es rey.
La mayor parte del tiempo, los pasadizos van en subida, contorneándose al paso de la montaña. En algunos pasajes, el sendero se vuelve temerario, bordeando precipicios y escabrosas escalinatas. Las visuales son sencillamente increíbles. En el medio, aparece alguna que otra casita perdida, siempre linderas a pequeñas plantaciones de café. Sus moradores regalan generosidad y algo de la sabiduría que supieron tener sus antepasados incas. Pocos tendrán el privilegio de charlar con ellos: el camino es escasamente frecuentado por los turistas.

A mitad de camino

Luego de un día completo de marcha, el caminante llega a Santa Teresa, donde lo espera la calidez de la aldea con sus aguas termales. A partir de este punto, deberá continuar unas tres horas hasta la Central hidroeléctrica. Durante el trayecto se cruzará con vertientes apabullantes que se ven nacer desde las cumbres de los morros. También con bananeros y minúsculas fincas sumidas en la pobreza.
Una vez en la Central, será necesario caminar otras dos horas por las vías del tren. El contexto, insuperable por donde se lo mire, nos indica que estamos muy cerca. La penúltima parada se llama Aguas Calientes. El pintoresco poblado vive del turismo, que revoluciona sus calles sobre todo de junio a agosto, durante la temporada estival del hemisferio norte. Desde ciertos rincones del municipio, es posible visualizar algunos destellos de la ciudadela incaica. Allá a lo lejos, sobre la cumbre del cerro, la historia reposa mansa y orgullosa. Tan sólo una hora de empinado camino separa al viajero de las famosas ruinas.

Un plus emotivo

Después vendrá el ingreso al establecimiento, los molinetes y el fervor de los cientos de visitantes que diariamente colman la capacidad del santuario. No hay dudas. Todos disfrutarán al máximo de un espectáculo único en el planeta. Aún así, tendrá un sabor especial para aquellos que se hayan decidido a emprender una aventura inolvidable, introduciéndose por dos días en las entrañas del mundo inca. Sin guía que le indique el rumbo, porteador que lleve su mochila ni cocinero que le prepare la comida. Entonces, el anhelado encuentro con el Machu Picchu tendrá un plus emotivo inconmensurable. Igual que para los demás, pero diferente.