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5 de Octubre de 2008
Entrevista con Alejandro Schmidt
Confesiones de una vida literaria
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Por Darío Falconi

Los ronroneos de los automóviles se filtran por las hendijas de la ventana. Son las seis de la tarde de un día gris y frío. Nos encontramos en la (envidiable) biblioteca de su casa, lugar de trabajo del poeta más prolífico de nuestra ciudad.
Acaba de reeditar “Serie americana” (1988) con leves correcciones y se encuentra en imprenta una edición corregida y aumentada de “Escuela industrial”, texto que había tenido buena repercusión y cuya edición era bastante precaria, según sus palabras. Estas apariciones, le dieron el respiro necesario para abocarse a otros textos que aparecerán en 2009 bajo el título de “Videla. Poesía y prosa” y “Notas al pie de una pregunta”. El primero de ellos contendrá ensayos referidos a la dictadura y una veintena de poemas; el último título, en el que trabaja hace siete meses, se construirá con un centenar de poemas breves de tres o cuatro líneas, cuyos temas son el tiempo, la poesía, entre otros.
Alejandro, con su cigarrillo en la mano, se predispone abiertamente a mis consultas y es tanto lo que podríamos hablar, que nuestra charla de más de una hora, debe ser cuantiosamente raleada por el tirano espacio disponible.
Nos ponemos cómodos e iniciamos la charla con la clásica y necesaria consulta sobre la génesis de su trayectoria.

-¿Cómo te iniciaste con la literatura?
-En el ’68, cuando tenía 13 años, con el tema del rock argentino. Escuchábamos los temas, a mí me gustaban mucho las letras y escribía algunas que nunca llegaron a ser canciones. Compartíamos ese gusto con compañeros y ese escuchar me fue llevando a descubrir la poesía en otros lados. Empecé a leer, sobre todo los poetas latinoamericanos, en esa época estaba Neruda, Vallejo; algunos poetas norteamericanos, franceses, en fin… los poetas que leyó mi generación en su adolescencia. Escribía cosas muy fragmentarias, poemas muy breves, de cinco, seis o siete líneas o canciones muy inocentes. A partir de los 17 años tuve una conciencia de que estaba escribiendo poesía y publiqué, a los 28 por primera vez, algo que había escrito a los 21, una plaqueta grande de seis páginas que se llamaba “Las bienaventuranzas” (1983) y que era contra la dictadura. Después publiqué “Clave Menor” (1983), otra plaquetita y de allí fui siguiendo.

-¿De esos primeros intentos literarios conservás algo?
-Todo lo que escribí en mi vida lo tengo guardado, está todo en cuadernos, yo escribo en cualquier lado, en la compu, en papelitos, en libretas y todo lo paso a cuadernos manuscritos. De los cuadernos tomo cuando antologo para publicar y de allí al libro.

-¿Cómo trabajás generalmente, con la computadora, a mano…?
-Manuscrito. La computación entró en mi vida cuando tenía 40 años y pico y nunca tuve la costumbre de la máquina de escribir. Como siempre yo trabajé en distintas cosas, desde los 15 años hace que trabajo, me acostumbré a llevar un cuadernito, una libretita donde escribir; entonces siempre escribía en mi trabajo, en bares, en la calle; escribo y leo en mi trabajo también, y eso me quedó. Tengo el gusto por escribir, no así el gusto de tipear, es para mí una dificultad, es algo ajeno a mí. A mi me gusta el acto de escribir, siempre escribo con birome o con fuente, no escribo con lápiz. Tengo épocas de una cosa o de la otra, pero tipear no; tipeo por obligación. De todo lo que escribí en estos últimos 15 años el 10% lo pude haber hecho en computadora, y exagero un poco. Lo hago a mano porque a la vez es un mecanismo que me permite más corrección, porque en la computadora vos borrás y corregís y se te pierde la corrección; en cambio en la tachadura, por ahí volvés porque a veces corregís de más. En poesía hay poemas que se salvan por una palabra y hay otros que se arruinan con una palabra o una sola línea. Es delicado el tema, no es como la narrativa.

-¿Nunca te dedicaste a la narrativa?
-Pequeñas cosas, habré escrito cuatro o cinco cuentos, que fueron publicados y algunos premiados; ahora estoy escribiendo unos relatos breves, pero muy esporádicos. Habré escrito 10 cuentos en 40 años.

-¿Cómo es un día tuyo, Alejandro?
-Me levanto a las 5.30 y a las seis me voy a leer los diarios, entre otras cosas; a las 7.15 me voy al trabajo (Escuela del Trabajo) porque entro a las y media. Luego salgo, me vengo a comer y vuelvo al colegio. Allí cuando puedo leo y cuando puedo escribo, porque es un trabajo que te lo permite, hay que tener un poco de concentración, porque hay gente que no puede escribir ni leer en el medio del lío de los chicos.

De pronto se escucha la puerta que se abre y Alejandro dice, “¡Hola flaquita!” y desde atrás mío se escucha una voz femenina que responde “¡Hola mi amor!” Alejandro troca un par de palabras con Mónica, su señora, y a los pocos minutos vuelve con una taza de café para cada uno. Vuelve su mirada hacia mí y continúa, “cuando yo digo que en el colegio leo o escribo, lo digo porque es la historia de mi vida, porque yo siempre leí y escribí en el trabajo; pero es algo que te facilita la poesía también, porque el primer momento de escritura es rápida, después la corrección la hago tranquilo en mi casa o en un bar”.

-¿Y en cuanto a la inspiración?
-Yo creo en la inspiración. Hay algo que viene, no sé si del espacio exterior o del espacio interior, y creo en todo el trabajo que hay después de la inspiración. Eso, ya no puedo hacerlo en el trabajo, lo que escribo en ámbitos donde hay bullicio es una primera cosa, de eso a lo mejor sobrevive el 30%, pero es lo que yo necesito que sobreviva, porque tengo mucha corrección de mis trabajos, son muy pocos los que salen de una.

-Tu biblioteca es más de lo que se ve, ¿no es así?
-Tengo esta biblioteca y está la que tengo en la piecita del fondo que es, más o menos, la misma cantidad que tengo acá, pero está en cajas, porque acá no entra más.

-¿Cuáles son los libros que conservás en esta habitación?
-Lo que tengo a mano es una hilera de poesía argentina, tres de poesía europea y latinoamericana, después tengo mucho de filosofía y teología y lo demás es narrativa. Tengo revistas literarias, material de pintura y acá abajo (señala la base de la biblioteca en la que hay varias puertas) hay muchas cajas archivo de cosas propias, de recortes, de publicaciones mías y cosas que conservo de recortes periodísticos diversos. Yo leo mucho de teología y mucho de historia argentina, universal y mucha biografía de lo que quieras. Yo soy muy disperso a la hora de leer, no soy ordenado, porque soy autodidacta; obviamente lo que está más especializado es la poesía y sobre todo argentina porque es mi trabajo.

-En esta biblioteca, ¿qué lugar ocupan los libros locales?
-Tengo ordenado los libros de Córdoba y de Villa María, como vez tengo libros de Roqué, de Edith (Vera), de Bruno Ceballos, de la señora de Theaux, Rubén Rüedi, Monti, Marina Giménez, también de la generación de Dolly Pagani. No tengo todo, pero lo que tengo lo leo y lo releo bastante.

-¿Cómo la ves a nuestra literatura?
-De este año me encantó “Refractario”, me pareció un excelente primer libro, yo no lo conozco personalmente a Fabián Clementi, pero le he escrito. Y después lo que digo siempre, me gusta lo de Gustavo Borga, Marcelo Dughetti, Carina Sedevich, Edith Vera, “Vecino de Dios” de Dolly Pagany me parece un gran libro de la poesía de Villa María, “Sol de la sombra” de Mario Moral igual; pero como obra de poetas que me parezca interesante son esos. De Normand (Argarate) y Marina Giménez me gustan algunas cosas…

-¿Y de Villa Nueva?
-De Villa Nueva he leído las antologías, lo que creo de Villa Nueva es que una poesía de formas clásicas, como de los ’50, ’60 e inclusive de los ’40 también. Es una poesía de la lírica, yo la leo, me interesa; pero siempre hay que hacer la salvedad de que eso es lo que sale, soy consciente de que hay mucha gente escribiendo y que uno no conoce. Hay un gran crecimiento de la poesía acá y es también por el crecimiento tecnológico también, vos imaginate que hasta 1980 había 20 o 30 libros de poesía publicados, y en estos últimos 30 años, creo que se han publicado unos 60 libros o más.

-¿Cómo te ha ido con el ciclo “Villa Nueva lee en Villa María”?
-Con mucha respuesta. Los poetas de Villa María han leído en Villa Nueva, pero no viceversa, es la primera vez que se hace. Me parece interesante justamente por esto, Villa Nueva tiene una identidad muy fuerte que se basa en otros valores, es una poesía completamente distinta a la que hay acá.

-Recién decías que en los últimos 30 años se publicaron unos 60 libros; a principios de este año en estas mismas páginas realicé un relevamiento de los libros locales publicados en 2007 y superan los 30 títulos.
—Entonces me estoy quedando corto, digamos que en 80 años hubo unos 50 libros publicados y en los últimos 30 alrededor de 200, a uno ya se le pierde la cuenta. Hay un crecimiento impresionante, creo que es obvio que en Villa María el género que predomina es la poesía, al margen de la calidad de los escritos; debe haber unos siete u ocho libros de novelas, siete u ocho de relatos y tenemos 200 de poesía. Los padres literarios de la ciudad, como Bruno Ceballos son poetas, la figura más universal que tenemos, Edith Vera, era poeta, al margen de que por allí escribió algún cuento. La poesía para editar es lo más barato, también es lo que menos se vende y lo que menos se lee. Yo siempre digo que con un cuaderno de unas 200 páginas y un par de biromes escribís la obra de una vida, pero no te va a salvar la vida en ningún sentido. Los grandes poetas argentinos han llevado vidas muy modestas en el mundo. La poesía no tiene un lugar en el mercado del mundo, no es un problema de la cultura argentina ni de esta época, la poesía es poco leída y poco valorada.

-¿Por qué creés que la poesía no llega al lector?
-Porque creo que la poesía demanda muchas cosas que el hombre del Siglo XX no estuvo dispuesto a dar, ni tampoco el del Siglo XXI; demanda un cierto estado del espíritu, una cierta concentración. Vos no podés leer una o dos horas poesía, porque no da la cabeza si lo querés leer bien, podés leer unos cuantos poemas, pero tenés que dejarlo porque satura. Es posible leer cinco horas seguidas una novela, yo lo hago, la novela te lleva, acá en Argentina se lee mucha novela y se lee mucho ensayo periodístico porque también enseña, porque también sirve, decía Juanele Ortíz “la poesía no es útil, es necesaria”.

-¿Cómo podés definir tu estilo?
-Yo creo que he logrado más síntesis, digo más con menos. Los temas son los mismos, todo lo que yo escribí son las confesiones de una vida que me ha interesado contar, porque es la mía. No soy un escritor del tipo intelectual, a mi me interesan los escritores que tienen un compromiso con lo real, incluso el real de la locura. Las cuestiones de estilo y escuela no me interesan, como así también los programas teóricos y estéticos, los conozco, pero no me interesan. He escrito de los actos de mi vida o del sentimiento, no tanto del pensamiento. Lo que yo pienso siempre lo voy a dejar un poquito relegado, lo que yo siento y vivo trato de que aparezca en la poesía. En definitiva, creo que logré más síntesis, cuidar más los adjetivos, quiero que tenga más claridad lo que digo, en un sentido para lograr más lectores no a mi poesía, sino a la poesía misma. Lo importante es la poesía, después son los poemas que se desprenden de esa fuerza que sostiene al mundo y después el poeta. El poeta es un puente, un medio. Vivimos en un momento del mundo donde cuenta lo que es la persona, el narcisismo, el ego… lo vivimos, lo sufrimos y lo gozamos todos, pero lo que queda es la poesía, que está más allá de los poetas y poemas. La poesía es una forma de sentir lo que nos toca. Creo que la poesía es preverbal y posverbal, la poesía está hecha con esta sensación que está antes de la palabra y engendra algo posverbal que es el silencio.

-Vos naciste en Villa María, ¿nunca pensaste en irte a Córdoba o Buenos Aires como para potenciar tu carrera literaria?
-Yo viví en Córdoba pero no me gustó. Indudablemente, si yo hubiese hecho todo esto en Buenos Aires tendría un reflejo mayor probablemente. Nunca me quise ir de acá porque Córdoba me pareció muy grande y cuando voy a Buenos Aires me empieza a doler la cabeza a las dos horas. Porque hay gente que no conozco, yo extraño mucho mi ciudad y mi casa. Soy muy apegado a la tierra. Mi familia materna hace un siglo que vive acá, por eso a Villa María la siento como una cosa íntima para mí (al margen de todo lo que cambia) y me gusta caminar en esa intimidad y reconocer todo. Yo nunca salí del país, a pesar que tenemos muchos parientes en el exterior. He sido muy de acá, incluso en la poesía, aunque tal vez de una forma no tan evidente, yo reflejo mucho de la ciudad, son cosas que cuando las escribo siento que son de acá, que no podrían haberse escrito en otra parte. Deseo morirme acá, eso se lo pido a Dios siempre, me parecería espantoso tenerme que ir a morir a otro lado. La he querido a Villa María, pese a que todos los villamarienses critican la ciudad, porque la quiere más la gente que no es de acá. Y cuando digo la quiero, quiero los arbolitos, las casas, el viento, todo… En estos últimos años ha cambiado increíblemente mucho la ciudad, no está más donde yo me crié; pero no sentí un duelo por eso, es como que la integro, como que estuvo también. La esencia está, porque es el viento, el río, es saber que vos caminás 40 cuadras y está el campo… Villa María me alegra, me siento cómodo, y he sentido como dos cosas: la gente, y las construcciones y el clima. Hay personas que están aferradas a la gente, a la familia, a los amigos, pero la ciudad en sí, no. Yo no me olvido de los amigos, pero la ciudad es más que eso, Villa María es ese gran todo.

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