Que una docente que ha dedicado sus días enteros a la defensa de los desprotegidos, los sacrificados por la portación de rostro y miseria, en fin, a las víctimas de siempre de un sistema cada vez más perverso; que esa mujer sea maltratada (una y otra vez) por la Policía; que se intente psiquiatrizarla desde el orden judicial, resulta esperable, ya que son ellos custodios de tanto que está mal en este mundo.
Lo que todavía me sorprende (y habla esta sorpresa acaso de mi inocencia o del raigón de mi esperanza), es el atronador silencio de las así llamadas fuerzas progresistas de nuestra sociedad, los tristes comentarios, el murmullo difamador, el análisis, lo relativo, cosas por el estilo.
La cobardía, el cálculo ante acciones como la de Mónica Sonzini que quedan más allá de cualquier adjetivo porque son esencia y mandamiento por lo mejor del hombre y de la Historia, hoy, mañana y siempre.
Sorprende, porque los ha escuchado uno hasta el hartazgo hablar de las Madres y las Abuelas, las torturas, ponerse el prendedor, el glamour de aquellas luchas y derrotas, y permiten que pase esto, esto... y que siga pasando.
Repugna verles la satisfacción, oírles la retórica mientras firman solicitadas de lejanas causas y llevan banderas con el rostro de los mártires.
Ese silencio es el que permite lo que pasa, lo que sufre Mónica, lo que le ocurre a los pobres y a tantos, por otra parte, que han servido para algo más que ganarse la vida (propia y, si se puede, ajena también).
Ese silencio es el pasaporte, el carné, la tarjeta de visita de cualquier injusticia.
Mientras exista, tendrá razón, orgullo, prepotencia, el mal.
Alejandro Schmidt
DNI 11527847
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