Escribe: El Peregrino Impertinente
El encuentro de Guayaquil está considerado como uno de los episodios más determinantes de nuestra historia latinoamericana. Como se dio en aquella ciudad ecuatoriana, lo nombraron de esa forma. Si se hubiera dado en otro lado, en Cochabamba, por ejemplo, le hubieran puesto: “El encuentro de otro lado que no es Guayaquil”. Por suerte para los estudiosos y los vendedores de libros, no fue así.
Simón Bolívar arribó desde el norte. José de San Martín desde el sur. Los dos habían viajado muchísimo para llegar. En las alforjas traían anhelos revolucionarios, y folletos turísticos del Machu Picchu. Ambos venían liberando países a dos manos. Para la picada, Simón aportó queso, aceitunas, y una gran Colombia. José compartió pan, salamín, una Argentina y un Chile. La charla fue a solas. Durante la misma, acordaron que sería el venezolano quien completaría la hazaña, independizando al Perú definitivamente. El oriundo de Yapeyú volvería sobre sus pasos, lamentándose por partida doble. Primero, por ver trunco su sueño de continuar la marcha emancipadora. Segundo, por no poder conocer las tortugas gigantes de las islas Galápagos.
Los que saben aseguran que sobre el final de la plática, Simón elevó su vermú y dijo: “Brindo por nosotros, general. Me quedo con el eterno orgullo de haber compartido esta gesta con usted, y con la gloria de ver a nuestros pueblos en libertad”. José imitó la actitud, y añadió: “Lo mismo digo general. Yo, además, guardaré el inconmensurable honor de saber que en mi nombre se fundarán diversos clubes, como San Martín de Tucumán o San Martín de Marcos Juárez, y también ciudades, como San Martín de Los Andes, que será muy bonita, aunque más cara que la m...”.
Hoy, Guayaquil recuerda aquel encuentro con un precioso monumento. No así Cochabamba.
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