Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Esa fórmula que nunca falla: un río que encolumna el andar de la mirada, suaves cerros que lo miman, piedras aquí y allá, verde que enfatiza todo. El mismo tándem que se repite en mentes diversas cuando suena la palabra “Córdoba”. Cosa linda esta provincia, sus sierras. Buen ejemplo San Antonio de Arredondo, una localidad introvertida del sur del valle de Punilla, que ofrece exactamente lo que vinimos a buscar.
¿Y que vinimos a buscar? Eso, lo dicho. Lo que nos gusta de nuestra tierra, de nuestros paisajes. Lo que anhelamos en silencio durante meses, incluso de manera inconsciente. Pies en el agua, cielo abierto. Esto hacía falta. Tontera la de postergarlo, siendo tan simple de alcanzar. Pero bueno, ya está. Ahora, a sacarle jugo.
Ganas de quedarse
San Antonio de Arredondo es un pueblito pequeño. Tiene tres mil habitantes, y algunos más también. Dato curioso es que sea la comuna más grande de la provincia, por lo que va camino a convertirse en un municipio propiamente dicho. Y sin embargo, él no anda con ganas de reclamarle nada a nadie. Está quieto, como si nada. Faltaría que una cuestión de títulos le venga a afectar la conciencia.
Las formas relajadas le vienen sirviendo desde hace décadas para ser lo que es: un lugar espléndido. Así, simplemente. Son pocos los que se lo reconocen, y el mundo sigue girando. Es eso lo que piensa el río, y también San Antonio. Entonces, para que gastar energías. Con lo lindo que está el mediodía: un sol pleno, asadores chispeando, el agua de compinche. Hay un olorcito divino, y pájaros. Están las montañas, las piedras, la arena.
¿Irse? jamás.
Después, el convite continúa. Son largos los días de verano, a la naturaleza gracias. El pueblo sonríe y le abre los brazos a los turistas, que se van acomodando. Pasen, y ubiquen sus reposeras. Un poco de protector, fundamental. El astro de los fulgores anda apasionado. Cerca del cause de agua, la ruta provincial Nº 14 sale apurada para conectar Traslasierras con el Lago San Roque.
Tomando ese camino con rumbo norte, y tras ocho kilómetros de bellos paisajes, está Carlos Paz. Para el otro lado, vienen briosas las postales de las Altas Cumbres. Subiendo en tal dirección surge El Cóndor, Copina y otros parajes de espectacular impronta. Antes, balnearios como Mayu Sumaj o Icho Cruz aportan lo suyo en playas.
Pero hoy no es un día para andar subiendo y bajando del auto, sino todo lo contrario. Libro, diario, revista, y paz. Si no, un poco de música, bien tenue sonando en la radio. O charla con mate, con gaseosa, con facturas, con lo que sea. La siesta tampoco vendría nada mal. Variedad de alternativas. Buenas opciones.
De a caballo, de a pie
En todo caso, podría resultar apetecible una cabalgata (hay lugareños que alquilan caballos). O alguna caminata por los alrededores. Quizás olfateando los senderos que persiguen al río, interrumpiendo la marcha con chapuzones improvisados. Si hay empeño, se puede acceder hasta la cruz ubicada en la punta de un cerro vecino. O visitar la Abadía de las Hermanas Benedictinas, la iglesia de la Residencia Franciscana o la capilla local.
Da para instalarse unos días, y dejar que los instintos fluyan. Nunca está de más.
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