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A la derecha de la imagen, Nicolás (el de menor estatura) posa junto a sus compañeros, custodiando la Bandera Nacional |
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Nicolás tiene 16 años y una historia de “capacidades diferentes”; no es un dato menor, tiene Síndrome de Down; pero eso no nos amedrentó como familia, ni a él mismo para vivir una vida compartida con alegrías, preocupaciones, incertidumbres y emociones comunes a todas las personas que poblamos este mundo. ¿Todos debemos ser iguales? ¿Todos somos distintos? ¿Distintos de qué o de quiénes? Es algo que todavía mucha gente no lo tiene definido claramente.
Les decía, cada inicio es un desafío. Cuando Nicolás nació (es mi primer hijo) los sueños e ilusiones de mi esposo y mías fueron las mismas que tuvieron otros padres en el nacimiento de sus hijos. Sin embargo, muchas expectativas tuvieron que adaptarse a las propias posibilidades de Nicolás. Así aprendimos a entenderlo, en familia, para vivir una vida plena, pero también comprendemos a las demás personas que dicen no conocer de “diferencias”, de “necesidades especiales”, de “discapacidad”, todos términos que confluyen en lo mismo: “Un niño”, un niño como todos, con necesidad de afecto, de protección, de guía, de límites, de respeto y de amor.
El inicio de la etapa escolar fue otro desafío para él, para nosotros como padres, para las maestras y para los compañeros. Algunos de aquel jardín de 4 años o de la sala de 5 aún lo acompañan en la escuela. Ese grupo que aprendió a conocerlo y a entenderlo y que hoy, aún sin saberlo, aprendió a respetar las diferencias.
Luego, el inicio del Nivel Medio fue un desafío cargado de dudas, de alternativas, de búsquedas. Pero la razón y el corazón nos imponían pensar en él como un futuro adolescente que debía aprender a desenvolverse en esta sociedad que lo rodea, con prejuicios y con aceptaciones, con desconocimientos y con errores, con indiferencias y con voluntad. Como los demás niños de su edad, debía intentar transitar ese camino. Es cierto que necesitó adaptaciones, facilitadores y apoyos, pero lo elocuente en él, siempre fue sus ganas de asistir a la escuela, de compartir con sus compañeros, desde aquel inicio en que recuerdo no se quedaba dentro del aula en su afán de exploración del lugar, hasta el límite de dormir tranquilamente cuando el tema no era de su interés.
Hoy la alegría nos supera y lo supera. Cuando le conté que iba a ser “Escolta de la Bandera Nacional” manifestó tal alegría de ser elegido, que me hizo comprender que sus metas se han ido cumpliendo, poco a poco, pero a paso constante y sin freno.
Ser Escolta es un reconocimiento, pero no es todo; su logro importante en este momento es llegar a sexto año con sus compañeros, estudiar, leer y escribir, escuchar a Evelin, su integradora, preparar las evaluaciones, asistir al campo en la medida de sus posibilidades y a los eventos de la escuela, y fuera de ella, asistir al Taller Amuyén (taller municipal protegido donde además de las actividades lúdicas fabrican excelentes tallarines), al gimnasio, a la fono y a las clases de apoyo, siempre contento y con excelente predisposición.
Ya no me preocupan los cambios, tampoco lo sorprenden a Nicolás que es capaz de adaptarse a muchas exigencias y tiene la virtud de acercarse con la misma sonrisa amable a las personas que lo quieren y a las que lo esquivan. A él, las mezquindades del mundo no lo afectan porque su corazón sólo comprende al afecto y el cariño sincero: eso sí lo hace diferente.
Como madre entiendo que siempre necesitará en su camino una mano solidaria que lo guíe, que lo integre, que lo deje de sentir deficiente. Por eso, replico una frase que dice “si ves un río distinto, dejad que corra distinto; si ves un árbol distinto, ayúdale a que crezca distinto; si ves un pájaro distinto, canta con él porque es distinto y si ves a un niño al que crees distinto, alégrate, porque has aprendido a reconocer las diferencias”.
@ Muy agradecida
Por último, me queda mencionar solamente grandes agradecimientos a personas que apoyan tanto ésta como otras integraciones especiales, personas que han aprendido a tratar a los niños y jóvenes discapacitados primero como niños y jóvenes, y después como “distintos”, personas que entendieron que todos los niños son distintos y debemos educarlos en su diversidad.
En grandes nombres sólo voy a mencionar instituciones que abren sus puertas a padres, muchas veces desesperados o tesoneros, y que nos dan la confianza que necesitamos para educar a nuestros hijos.
El Jardín Maternal Taruguito, en la persona de su directora Fernanda, que inició el camino de esta integración, con el asesoramiento de la licenciada Matilde. La Escuela Mariano Moreno, donde la seño Marta del jardín, y Ester, la entonces directora, nos abrieron los brazos. Marilú, Gabriel y Silvia en la primaria se capacitaron y nos acompañaron en las decisiones; un apartado especial para la seño Elsa, que con su amor y paciencia, siempre confió en Nicolás y a todas las maestras de la primaria que aceptaron el desafío.
En el paso al Nivel Medio, no dudamos en elegir el IPEM 33. Sé que muchos docentes de esta escuela, argumentaron al principio que no sabrían qué hacer y cómo hacer, pero lo cierto es que, al tiempo, cuando fueron compartiendo vivencias con Nicolás, todos o casi todos, encontraron la mejor manera de enseñar y de atender sus necesidades “especiales”. Aquí tengo que mencionar a Evelin, su maestra integradora, que organizó sus actividades, asesoró a los docentes y compartió charlas con Nicolás que lo ayudaron a crecer. Agradecer también a aquellos profesores y preceptores que con su disposición y sinceridad, demostraron apertura a las sugerencias y se animaron al desafío. No voy a dar nombres porque cada uno sé que se sentirá dueño de este GRACIAS que doy sin necesidad de mencionarlos.
Agradezco a quienes valoraron el esfuerzo, la constancia y la alegría de Nicolás por asistir a la escuela, que son, más allá del promedio, los pilares sobre los que creo debe apoyarse este reconocimiento. Sus ojos y su sonrisa así me lo expresaron el día que le dije que acompañaría la Bandera junto a sus compañeros Lautaro y Angeles. Haber asistido a la escuela sin desertar y sin bajar los brazos, terminando cada año con todas las materias del plan de estudios aprobadas, y siempre con el entusiasmo renovado por estudiar, es un ejemplo que otros jóvenes, con o sin limitaciones, deberían tomar como ejemplo.
Gracias a todos los que lo acompañaron en su crecimiento, a su madrina Gabriela que tanto lo quiere y a mis dos hijas Belén y Rocío que lo incentivan, lo acompañan y lo respaldan con todo el amor del mundo. Son mis hijos y los amo.
Gracias. Sus padres y otros padres como nosotros, necesitamos el apoyo de gente como ustedes.
Viviana Valdemarín de Listello, mamá de Nicolás Ariel Listello
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